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«El detective y la ciudad en la novela negra», por Juan Infante

El detective y la ciudad siempre han estado íntimamente ligados en la novela policiaca, de intriga, negra y criminal.

Así como cuando hablamos de un autor de género negro, lo relacionamos de la misma con su protagonista, detective o policía, que suele ser bien conocido, cuando nos referimos a estos y sobre todo al detective privado, salta de inmediato su ciudad.

Philip Marlow y Los Ángeles, Sam Spade y San Francisco, o Sherlock Holmes y Londres; detectives y ciudades están íntimamente relacionados. A todos ellos resulta muy difícil desligarlos de sus calles, de su paisaje urbano y de su ambiente, de tal forma que difícilmente imaginaríamos a Marlow en Harlem o Chicago.

Ello refuerza la importancia que tiene en la novela negra, la ciudad. En una trama de novela negra, la ciudad se incorpora a la misma y se refleja en las vicisitudes por las que atraviesan sus protagonistas. En la ciudad, el detective plasma su personalidad y te acompaña por unos lugares bien elegidos incorporándose a su propio paisaje.

Cuando Pepe Carvalho recorre las calles de su ciudad, la Barcelona de siempre se nos aparece sin necesidad de nombrarla y toda la historia en la que participa no podría desarrollarse al margen de la Ciudad Condal.

Hay un debate siempre inconcluso, sobre con quién empezó el género policiaco. La doctrina se divide entre Edgar Allan Poe y Wilki Collins. Ambos comenzaron en la misma época, hacia mediados del siglo XIX, pero fue Poe el creador del detective moderno con Auguste Dupin. Collins con su sargento Cuff de Scotland Yard en La Piedra Lunar (1868) creó la primera novela protagonizada por un policía.

Con Los Crímenes de la calle Morgue (1841) Poe sentó las bases del género policiaco, creando la novela de enigma, en la que el crimen es descubierto gracias a la perspicacia del investigador. Así tenemos en éste primer relato policial, al primer detective privado: Auguste Dupin.

Empezamos a ligar directamente al protagonista detective, Dupin, con la ciudad de Paris, en
Los Crímenes de la calle Morgue (1841), El misterio de Marie Roget (1842) y La Carta Robada (1844). Con Poe y Dupin se sientan las bases para la creación de nuevos detectives privados como Sherlock Holmes y Hércules Poirot.

La primera aparición de Holmes con su ayudante el Doctor Watson se produce en la novela corta, Estudio en Escarlata (1887) de Arthur Conan Doyle y es en Londres, el Londres victoriano donde este investigador privado empieza a desarrollar todas sus capacidades para resolver los crímenes de los casos que le encargan. La ciudad de Londres quedará por siempre unida a Sherlock Holmes.

Hércules Poirot, el detective creado por Agatha Christie, hace su aparición en 1920, en la novela El misterioso asunto de Styles. Aunque es belga, vive en Inglaterra y desarrolla su actividad investigadora en la aristocrática Inglaterra rural. Su paisaje le identifica, como a otros la ciudad.

Si damos un salto por el atlántico y nos acercamos a la costa oeste americana, allí situamos varios de los detectives más famosos de la novela negra y policiaca.
                     
En San Francisco nos encontramos con Sam Spade, detective privado creado por Dashiell Hammett, quien a pesar de su celebridad solo protagonizó una novela, El halcón maltés (1929) y tres relatos.

En el corazón de San Francisco todavía se mantiene el bar-restaurante Johns Grill, donde Dasiell Hammett escribió El halcón maltés. Allí podemos seguir comiendo: chuletas, patatas fritas y rodajas de tomate, con un trago de vodka Bloody Brigmid tal como hacía Sam Spade o encontrar al fantasma del socio de éste Nicas Archer.

En Los Ángeles, Raymond Chandler creó al mítico Philip Marlow, recordado también por sus películas, con Bogart, Lauren Bacall y Audrey Hepburn.

Por Sunset Bulevard, Hollywood, el Valle de San Fernando…por sus calles, en sus mansiones y hoteles, Marlow investiga y resuelve sus casos. Hoy conocemos mucho mejor Los Ángeles quienes hemos leído a Chandler.

También en la misma ciudad, desarrolla su actividad de detective Lew Archer creado por Ross MacDonald. Con oficina en Sunset Bulevard (Hollywood) nos ayuda a conocer mucho mejor Los Ángeles. Archer como Marlow son dos figuras implicadas en la ciudad de los Ángeles y recordarlos es ver la ciudad y recorrerla con ellos.

Easy Rawlins de Walter Mosley viene en los noventa a patear Los Ángeles, particularmente sus suburbios. Era el prototipo de hombre recto, honesto en una lucha sin cuartel contra el crimen y el racismo.

En la costa Este, Dennis Lehane crea Patrick Kenzie y Angela Gennaro, dos detectives de Boston. Allí transcurren sus novelas y en los bajos fondos de donde proviene la pareja de detectives, ejercen su actividad investigadora y nos permiten conocer mejor una de las ciudades más antiguas de Estados Unidos.

Charly Parker, Bird, detective creado por John Connolly, es un hombre atormentado y violento, y también desarrolla sus andanzas por Boston.

Myron Bolitar de Harlen Coben, agente deportivo, ejerce como investigador privado también en la Costa Este.

En Nueva York tenemos al investigador Philo Vance, que aparece por primera vez en la novela de S.S. Van Dine: El misterioso caso Benson (1926).

En la misma ciudad de los rascacielos, unos años más tarde, en 1947 apareció el detective privado Mike Hammer, en Yo, el jurado, de Mickey Spillane. La novela se llevó al cine y también tuvo una exitosa serie de televisión con Mike Hammer de protagonista.

Volviendo a Europa, no nos podemos olvidar de Bernie Gunther, primero policía y luego detective privado en la época del ascenso nazi en Alemania. Gunther creado por Philip Kerr está íntimamente ligado a Berlín, siendo detective del mítico hotel Adlon en la capital alemana. Sus actuaciones en medio del poder nazi son memorables. Con él llegamos a conocer muy bien aquella ciudad. Sus aventuras transcurren en sus calles, en lugares muy conocidos y donde el reflejo de la ciudadanía y del establishment nazi son de un grandísimo valor literario e histórico. Leyendo a Kerr y siguiendo a Bernie Gunther se llega a conocer muy bien Berlín.

En España nuestros detectives privados han sido muy especiales. No hay tradición en su trabajo profesional, pero nuestros autores clásicos de novela negra los han incorporado a sus relatos y nos han creado investigadores originales, con un atractivo personal importante.
                                                                                                                     
Pepe Carvalho, de origen gallego, es Barcelona; la Barcelona de siempre, que nos sigue llenando de nostalgia y aventuras. De la mano de Manuel Vázquez Montalbán apareció por primera vez en Yo maté a Kennedy (1972), tras haber trabajado para la CIA durante varios años. Después protagonizó 22 novelas más.

Con Andreu Martin y Jaume Ribera, nos encontramos investigando sus casos en una Barcelona más actual, a Flánagan, un detective adolescente, que aparece por primera vez en Alfagann es Flanagan (1996).

Y ya en Madrid, con otro de los grandes de la novela negra española, Juan Madrid, nos encontramos con Toni Romano, expolicía y exboxeador, quién resolvió su primer caso en Un beso de amigo (1980).

Y vamos a terminar en Bilbao con dos detectives estupendos, con solera y personalidad. Mikel Goikoetxea, alias Goiko, creado por Javier Abasolo, ex ertzaina, desarrolla su actividad investigadora en Bilbao, donde nos deleita con su personalidad exagerada. Aparece por primera vez en la novela Pájaro sin alas (2010).

Touré, creado por Jon Arretxe, se asienta en el barrio de San Francisco, en Bilbao la Vieja, su pequeña África. Allí Touré, un africano en situación irregular, con su personalidad tan versátil y su sentido del humor, resuelve sus casos, formando parte de su paisaje. Aparece por primera vez en la novela 19 Cámaras (2012).

Hemos presentado una serie de detectives privados relevantes de la novela policiaca, negra y criminal, creados por grandes escritores del género. Podíamos hacer la interminable, pero se trata de apuntar la relevancia de la ciudad con el detective y el autor.

Tradicionalmente, siempre han existido ciudades con fuerza y personalidad, muy ligadas al género negro: Los Ángeles, San Francisco, Nueva York, Boston… Londres, Paris, Barcelona…pero también es relativo, porque el género negro se ha desarrollado, ha roto fronteras y hoy nos encontramos con buenas novelas ligadas a ciudades de todo el mundo. El lector seguro que tiene en la cabeza muchos ejemplos.

No hemos tratado al policía detective, figura elegida por muchos autores de novela negra; en este caso la relación, unida a la del detective privado sería apabullante.

Al final lo importante es que la ciudad se identifique con el investigador-protagonista y que su presencia en su paisaje, en sus calles, en su relación con los vecinos hagan la trama y la novela más atractiva.

Les propongo un juego. Cuando estén en una ciudad recuerden a un detective o policía detective protagonista en esa ciudad. Seguro que lo consiguen; entonces ya verán como disfrutan mucho más de la ciudad.

Bilbao. Agosto 2020
Juan Infante, abogado y escritor.

NOTA DEL AUTOR
Me he permitido ilustrarme para realizar este artículo, además de mis lecturas en el excelente libro Los héroes de la novela policiaca de Sergi Echaburu Soler, editado en 2006 por Grafein Ediciones y por los artículos y trabajos sobre el origen de la novela negra y sobre detectives de Juan María Barasorda, publicados por la editorial d´Epoca, las Revistas Calibre 38, MoonMagazine y la Semana Negra en la Glorieta.

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Juan Infante (Bilbao)
Es escritor y ejerce de abogado en su ciudad natal.
Ha sido promotor y partícipe de múltiples iniciativas literarias y culturales. Fue presidente de la Sociedad Cívica y Cultural El Sitio.   
Colabora habitualmente con la revista lúdico-cultural Moon Magazine.

Tiene publicadas siete novelas de género negro-criminal: Werther en Beirut (Editorial Burguete), Asesinato en Santurce (Editorial Hiria) El crimen de Cienfuegos (Hiria), Quince Millones (Hiria),  La Baldosa Negra (Hiria), Atrapado (Editorial Erein) y El precio del silencio (Erein). Es autor también de cuatro relatos: El sargento Puchades, Me chifla Nicolás, Literatura y Ficción y El misterio del testamento ológrafo. Atrapado fue nominada para el Premio Euskadi de literatura 2018
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Esté artículo ha sido escrito por Juan Infante para la sección DETECTIVES DE FICCIÓN, coordinada por el escritor y detective madrileño Rafael Guerrero.
 

«Detectives de ficción», por Kika Sureda

Sherlock Holmes y el doctor Watson
Ilustración de Sidney Paget
The Strand Magazine (1893)


«Detectives de ficción»,  por Kika Sureda
Los detectives que aparecen en las novelas y series de televisión han sido durante mucho tiempo un elemento básico del género negro. Los detectives de ficción se dividen en tres grandes grupos: aficionados, investigadores privados y policía profesional. Las categorías se superponen: muchos aficionados son abogados, periodistas o tienen otras conexiones comerciales que los ponen en contacto regular con el crimen. En la Edad de Oro entre las dos guerras mundiales, los detectives aficionados eran el personaje más común; hoy son más profesionales. Originalmente, tendían a ser memorables por sus excentricidades; ahora el énfasis está en la caracterización en profundidad. Detectives de diferentes tipos  operan en una amplia variedad de lugares y períodos.

Los policías de la vida real inspiraron a los primeros detectives importantes, pero no fue hasta que Sherlock Holmes hizo su debut en Estudio en escarlata (1887) que el investigador privado profesional hizo su aparición.

Holmes, como Dupin de Poe, era una máquina de razonamiento suprema y Conan Doyle lo dotó de características que, aunque a veces extrañas, trascendían la artimaña y aseguraban su clasificación como el más famoso de todos los personajes de ficción. Se le presenta como un extraño, depresivo antisocial, dado a los silencios de mal humor y a tomar cocaína cuando no está tocando el violín o disparando a la pared de su casera. Con el paso de los años, la representación se suavizó y el hábito de las drogas de Holmes se explicó como una reacción contra la monotonía y la soledad. Durante todo el tiempo siguió siendo un genio entre los detectives, atento a la importancia de las mangas, la sugerencia de las uñas de los pulgares o los grandes problemas que pueden surgir de un cordón de botas. Eclipsó a Lestrade y a otros policías una y otra vez, mientras que el Dr. Watson demostró ser un amigo valiente y devoto (aunque no acrítico), así como un complemento ideal.

Los imitadores de Conan Doyle copiaron obedientemente la pareja de detective y compañero narrador admirador, sin capturar la esencia única de la relación Holmes-Watson. Los primeros casos de Hércules Poirot lo vieron asociado con el capitán Arthur Hastings hasta que Agatha Christie retiró a Hastings a Argentina; reapareció en el último libro de la serie, Telón (1975). Como Holmes, el belga Poirot era un forastero, indiferente al sentimentalismo al investigar un crimen y, sobre todo, capaz de pensar lo impensable, reconociendo en uno de sus casos más célebres que el asesinato podría haber sido cometido no solo por uno o dos de los sospechosos, sino por todos ellos. Tales toques atrevidos ayudaron a cimentar su legendaria reputación, solo superada por Holmes.
 
Anteriormente, el personaje del detective apenas se había desarrollado con algunas excepciones en gran parte insatisfactorias, en un intento de convertirse en esa rareza de la Edad de Oro, en un personaje tridimensional.

Después de la Segunda Guerra Mundial, la novela de procedimiento policial fue desarrollada por escritores con experiencia personal en el trabajo policial rutinario. El personaje de detective privado siempre ha gozado de más popularidad entre los escritores estadounidenses, siendo llevado más tarde a otros países.

Curiosamente, el detective aficionado ha seguido floreciendo. En la década de 1950, el «sentido olfativo» fue una ayuda para el trabajo de detective antes de concentrarse en una variedad de detectives de la policía. Los personajes con vínculos profesionales, aunque a veces bastante tenues, con la investigación de asesinatos han seguido proliferando: abogados con gusto por el crimen o periodistas detectives.

Las historias históricas de detectives se escribieron antes de la década de 1970, pero solo después de que se creara el policía victoriano, fue cuando de reconoció plenamente el potencial del pasado para la ficción criminal. Una ventaja de los misterios de la historia es que los autores no están encadenados por las complicaciones y el tedio intermitente de la rutina policial moderna y las técnicas de investigación. Otra es que, especialmente en los días previos a la investigación de las fuerzas policiales profesionales, el detective aficionado puede operar de manera más plausible que en la actualidad. Casi todos los períodos históricos han visto una gran cantidad de investigación ficticia, con frecuencia por personajes creados, ya sea con su propio nombre o con un seudónimo, pero hay una marea interminable de detectives de la policía.

Inevitablemente, los lectores se cansarán de los detectives con personalidades extraídas de fórmulas o clichés, como el solitario inconformista con un problema con la bebida que sigue investigando incluso cuando su antipático jefe lo saca del caso. En la década de 1990, la novela de suspense psicológico ganó popularidad. Sin embargo, los atractivos de las series tanto para lectores como para escritores siguen siendo fuertes y los novelistas policiales y detectivescos sin duda continuarán evocando nuevos e intrigantes «solucionadores de misterios». El detective es y será un personaje con un atractivo duradero.

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Esté artículo ha sido escrito por Kika Sureda para la sección DETECTIVES DE FICCIÓN, coordinada por el escritor y detective madrileño Rafael Guerrero.

La novela enigma, por Susana Gómez

Novela enigma 
Susana Gómez
Para esta nueva edición de la Semana Negra en la Glorieta, me gustaría hablaros de novela enigma, un tipo de narración policíaca que tiene unas características muy específicas. Para ello voy a hacer un artículo un poco injusto, porque solo voy a poder citar en él una pequeña muestra de escritores, dejándome otros muchos en el tintero que pueden ser igual de brillantes que los mencionados.

Hecha esta aclaración, quiero mostraros los requisitos fundamentales de este género.

El primero es contar con un investigador, alguien que no necesariamente tiene que ser un detective o policía, tan solo un personaje que nos guíe a lo largo de la historia encontrando las pistas y poniendo las cartas sobre la mesa.

Otro detalle importante es que el argumento contenga un delito, misterio o enigma a resolver, como el propio género indica, sin olvidar lo fundamental: que el lector, durante buena parte de la obra, desconozca el quién, el cómo, el porqué, e incluso en ocasiones el dónde.

Para eso están las pistas que iremos descubriendo a la par que el investigador, indicios que pondrán en juego nuestra capacidad de deducción y de observación.

Si habéis sido observadores, como espero, habréis visto que no he citado como requisito imprescindible contar con un criminal, y eso es porque en algún texto, si la cabeza no me falla, al final se llega a la conclusión de que no se ha cometido ningún delito, por lo tanto, tampoco puede existir un criminal; eso sí, con lo que siempre contaremos será con un buen número de sospechosos, peones de la trama con los que el autor jugará al despiste.
Y ahora que ya conocemos los conceptos básicos, dejadme que os hable de sus orígenes.
Los expertos o amantes de la novela de detectives, siguiendo las pautas anteriormente citadas, parece que lo tienen muy claro a la hora de catalogar un relato, pero yo que no soy ninguna experta creo que, en ocasiones, los límites son muy difusos, al igual que determinar con fecha exacta su origen.

¿Por qué digo esto? pues porque la novela enigma no es más que un tipo de narración ficticia con una manifestación delictiva que arrastra una investigación, por lo tanto, creo que su catalogación está cargada de obstáculos.
 
Por ese motivo os propongo un pequeño paseo a lo largo del tiempo, haciendo solo unas breves pausas en momentos puntuales, que nos permitan vislumbrar sus comienzos.

Cuando hablamos de obras policíacas clásicas a todos nos vienen títulos y nombres de autores famosos a la cabeza. Nuestra mente vuela hacia las historias de detectives del siglo XX, las que incluiríamos en la llamada Golden Age, pero antes de llegar a ese punto hay que retroceder algo más en el tiempo para conocer sus verdaderos inicios.

Podemos encontrar textos como "Edipo rey" de Sófocles, donde somos testigos de una investigación, pero no es hasta 1841 cuando nace el género policíaco, embrión de la actual novela negra. Fue en aquel lejano 1841 cuando Edgar Allan Poe, al que se considera como padre del relato policíaco, crea a C. Auguste Dupin, un personaje que revolucionará el género deductivo con su primera aparición en "Los crímenes de la calle Morgue". ¡Y ojo! que he dicho padre del relato policial, porque según los expertos la primera novela policíaca de la literatura universal es "Un asunto tenebroso", publicada un par de meses antes por Honoré de Balzac. Y aquí vuelvo a sacar a relucir la dificultar a la hora de catalogar una narración, porque a mí "Un asunto tenebroso" me parece más una historia de espionaje farragoso basada en un hecho real con tintes de novela negra, con lo cual algunos puristas, automáticamente la sacarían de esa catalogación.

A partir de ese momento, las novelas policíacas o que esconden algún misterio empiezan a surgir como hongos y muchos autores se suman a la moda...

En 1853 el gran Charles Dickens hace sus pinitos dentro del género, publicando una novela temprana de lo que después sería catalogado como Whodunit, género del que os hablaré después.

Esa historia lleva el título de "Bleack House", en castellano, "Casa desolada", e incluso algunos expertos se arriesgan a decir que pudo haber sido escrita en una fecha anterior a 1842, con lo cual, bautizar a un escritor como padre de la novela policíaca empieza a tornarse algo delicado, porque al género le están saliendo padres por todos lados.

Un poquito después, alrededor de 1860 llegan las "Sensation novel", esas narraciones escondían misterios y algún crimen, pero sobre todo, despertaban el morbo al dejar al descubierto secretillos y actos que la moralidad de la época no aprobaba. Aunque no seguían paso a paso el proceso indagatorio, sí ofrecían algunas pistas a los lectores para poder resolver el caso, por eso me ha parecido interesante incluirlas en esta reseña, porque dieron grandes escritores y obras como Mary Elizabeth Braddon creadora de "El secreto de Aurora Floyd"; Fortuné de Boisgobey con "El crimen del ómnibus" o Fergus Hume con "El misterio del carruaje", por citar solo a algunos de esa época.
Esas novelillas catalogadas con el título despectivo de novelas sensacionalistas, servían para matar el tiempo, aunque viendo el contenido de este artículo debería cambiar el verbo matar por pasar.

En 1887 nace de la pluma de Arthur Conan Doyle el genial y excéntrico Sherlock Holmes que llevará el género a su máximo esplendor. 
El personaje nos mostró que todas las pistas estaban a la vista, que debíamos interpretarlas de forma correcta, tal y como había sentado las primeras bases Dupin, pero también que los lectores muchas veces carecíamos del instinto sabueso y/o los conocimientos necesarios para dar con el criminal.

Y así, con esta compañía tan excepcional, llegamos al momento esperado, cuando surge ese nuevo tipo de novela que pasará a denominarse Enigma y/o Whodunit (¿quién lo ha hecho?), ofreciendo a los lectores una serie de historias que mezclaban entre sus páginas lo mejor de todos los géneros citados.

Nos encontramos en el periodo de entreguerras (1919-1939), el público necesita entretenerse, evadir la mente de la cruda realidad y no hay mejor modo de hacerlo que con un buen rompecabezas.

La ficción detectivesca brilla desde Londres a Nueva York, hemos llegado a la Edad de Oro, a la famosa Golden Age.

Los asesinatos y robos convierten la meta de encontrar al culpable en un juego intelectual.

Grandes plumas deslumbran en esta época y llenan las estanterías de atípicos detectives, entre ellas Agatha Christie, Chesterton, Annie Haynes, George Simenon o Dorothy L. Sayers.

A partir de ese momento llega el cambio, la novela enigma no desaparece, se transforma.

Atrás quedan enterrados los buenos modales y el respeto hacia el investigador; empieza a agravarse la tirantez entre el policía oficial y el detective aficionado; la descripción psicológica del asesino y la acción toman más fuerza en el relato. Lo único que no cambia es el móvil del crimen, el dinero sigue siendo el motor que impulsa a cometer el delito, seguido de cerca por los celos y el ansia de poder.

Ruth Rendell o P. D. James continuaron con el estilo, adaptándolo a los nuevos tiempos, demostrando que lo policíaco no era sinónimo de literatura barata, preservando el estilo para futuros lectores y escritores.
De esa forma, en nuestros días, vuelven a surgir plumas que rescatan las antiguas novelas y a sus protagonistas, como Sophie Hannah, que se ve con el suficiente valor para resucitar, eso sí, con permiso de los herederos, al grandísimo Poirot; o como Anthony Horowitz, que consigue lo mismo pero esta vez del Conan Doyle Estate, es decir, de los herederos de Doyle para continuar con las aventuras de Sherlock Holmes.

También tenemos a Stuart Turton que intenta emular o recuperar el estilo más aristocrático y elegante de la Golden Age con "Las siete muertes de Evelyn Hardcastle" o a Jessica Fellowes creadora de una saga, "Los crímenes de Mitford", que según los lectores parece prometedora.

Hay otros autores que, siguiendo ese código antiguo de mostrar las pistas desde el principio, han conseguido dar una nueva vuelta de tuerca creando un estilo propio, donde enigma y thriller van de la mano, pero a pesar de la gran calidad de textos que podemos encontrar de ese tipo, no pueden catalogarse como tal.

Es como las torrijas, las buenas, las de verdad, son las clásicas, no ese experimento nuevo que intentan colarnos recubiertas de chocolate...

El género enigma, el puro, el de sus comienzos, enfrentaba a detective y criminal en igualdad de condiciones.

El investigador solo contaba con su libreta, un lápiz y su inteligencia; el criminal su sagacidad y una habilidad sin par para escabullirse del escenario del crimen.

Después algo cambió...

Quizás opinéis que la evolución o la innovación, como queráis llamarlo, fue mínima, pero ya no fue igual. A esa fórmula perfecta se sumaron los métodos científicos y un nuevo escenario, los laboratorios; aunque la premisa principal, dar con el criminal, logró mantenerse, esos modernos elementos lo convirtieron en una nueva categoría que alejaba al lector de la posibilidad de dar con la solución, y por lo tanto con el criminal. ¡Reconocedlo! no en todos nosotros vive un pequeño CSI.

Si queréis un consejo, volved a los clásicos..
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Autodidacta, amante de la literatura y defensora del libro clásico.
Colaboradora ocasional con editoriales, talleres literarios y clubs de lectura.
Administra el blog de reseñas literarias Susurros de Bibliotecas
 

Anne Perry, por Alberto Pasamontes




Alberto Pasamontes (Madrid, 1970) compagina la literatura con la administración pública. Es autor de numerosos relatos breves, varios de los cuales han sido premiados y aparecen en diferentes antologías. Apasionado de la novela negra, es este el género en el que se mueve con más comodidad y con el que se ha convertido en uno de los nuevos valores del noir en castellano. La muerte invisible le hizo merecedor del prestigioso Premio de Novela Policiaca Francisco García Pavón en 2015. Entre la lluvia fue el inicio de la trilogía protagonizada por los inspectores Goyo Barral y Carmen Alonso, cuya esperada segunda entrega, Ángel roto, apareció justo antes del confinamiento por el Covid 19.



«13» de Steve Cavanagh y el falso culpable en la novela negra. Susana Gómez

El falso culpable
Susana Gómez
 
El falso culpable, un personaje casi siempre olvidado

Como amantes de la novela policíaca y/o negra, seguro que estaréis acostumbrados a encontraros con un montón de personajes estereotipados que se mueven por sus líneas, más por rutina que por condición indispensable del género.

De esta forma, es fácil encontrarnos con la recurrente femme fatal, el policía problemático de pasado turbio y con el responsable de llevar a cabo la investigación...

Pero hay uno del que siempre nos olvidamos, quizás porque sus cualidades le hacen aparecer como alguien secundario, aunque realmente su función literaria sea vital para el desarrollo de la obra, creando, uniendo e impulsando la trama, e incluso siendo el responsable de agitar y remover nuestra conciencia.

Os estoy hablando de un personaje presente desde las primeras escenas y que en este artículo adquiere el total protagonismo:

El falso culpable


Hace unos meses leía que el crimen perfecto es aquel que se resuelve con un culpable equivocado, seguramente estaréis pensando que ese razonamiento es acertado.

Cuando hablamos de falsos culpables, tenemos dos elementos fijos en la ecuación:
 

El primero es alguien que intenta descubrir la verdad, bien sea el detective, abogado, o el mismísimo inocente al que le acusan de un delito que no ha cometido.
 

El segundo, el personaje antagonista, muchas veces el verdadero culpable, que intenta cubrir su rastro y escaparse...

Esas historias, por lo general, se convierten en una especie de caza del ratón, y el animalito en cuestión, puede ser tanto un personaje como el otro...


Cuando los personajes se empeñan en saltar del guion al cine...

A mí, por lo general, siempre que se habla de falso culpable, mi cabeza vuela hasta una imagen de película, la del reputado cirujano Richard Kimble, que ve su vida desmoronarse cuando su esposa es hallada muerta. Como habréis adivinado, estoy hablando de la película, "El fugitivo".

Si este comentario fuese para una sección cinematográfica, no podríamos tampoco olvidarnos de mencionar en este apartado a Margot, protagonista de "Crimen perfecto" (1952), obra de teatro de Frederick Knott, que fue llevada al cine por Hitchcock en 1954, donde también vemos como Margot pasa de ser víctima a sospechosa de asesinato.

Pero esto como digo, son solo cosas de películas y aquí estamos para hablar sobre novelas, aunque algunos personajes como Margot, se empeñen en saltar de las páginas de un libro a la pantalla grande; y es que la literatura y el cine, basta con ver solo este par de ejemplos, son dos artes que están estrechamente ligados y de los que se nutren constantemente tanto escritores como cineastas.


El falso culpable, como ya habéis visto, es un excelente comodín; una figura rica en matices, a la que se recurre con frecuencia en la literatura, aunque muchas veces le prestemos poca atención.

Ahora bien, si desplazamos nuestra mirada lentamente a lo largo del amplio y rico género criminal, veremos que aparece plagado de historias, cuyos argumentos giran alrededor de estos grandes protagonistas.

Agatha Christie utilizó este recurso en todas sus obras, sin excepción; en ellas nos iba señalando de forma secuencial, posibles culpables y sus motivos, hasta llegar a un final totalmente imprevisible que desvelaba al verdadero culpable. Si nos remontamos un poco más atrás en el tiempo, veremos que Gastón Leroux, también utiliza ese recurso en su novela "El misterio del cuarto amarillo", incriminando a varios personajes antes de llegar a la solución final.

¿Qué sacamos en claro con todo esto? Pues que existen tantos falsos acusados como novelas policíacas o negras, porque en algún momento de esas historias, nuestra mirada, o la del personaje encargado de descubrir la verdad, se dirigirá erróneamente hacia un inocente, y es que esa figura inculpada falsamente aparece como parte de un guion trazado a conciencia por el autor.

Es un elemento utilizado para desviar nuestra atención de la verdadera realidad, como en "La escalera de caracol" (1933) de Ethel Lina White, que introduce en la trama a un buen montón de personajes de comportamiento extraño, para que les observemos en detenimiento mientras nos distraen, y así permitir al verdadero culpable que campe a sus anchas, dándole total libertad de movimientos.

Resumiendo, el falso culpable es una argucia literaria que nos entretiene en espera de un giro final que restablezca el orden... y ahora sí, paso a hablaros de un libro, de publicación reciente, que cuenta con ese personaje en cuestión.
Reseña de «13» de Steve Cavanagh
Susana Gómez
 
Sinopsis:

«Hasta donde sabe, ¿hay algún impedimento para que usted forme parte de este jurado?»

El asesinato no fue la parte más complicada. Fue tan solo el inicio del juego.
 
Joshua Kane se ha estado preparando toda su vida para este momento. Él ya lo había hecho anteriormente. Pero esta vez será la más importante.

Este es el juicio por asesinato del siglo. Y Kane ha asesinado para obtener el mejor asiento en la sala. Pero hay alguien a su acecho. Alguien que sospecha que el asesino no es el acusado.

Kane sabe que el tiempo se agota y lo único que quiere es el veredicto de la condena antes de ser descubierto.
Reseña:

Steve Cavanagh  nos ofrece una obra compleja donde confluyen varios géneros.
Más que una novela negra, pura y dura, que entre nosotros... cada vez son más difíciles de encontrar, nos hallamos ante una historia que camina entre géneros.
Un cincuenta por ciento es thriller legal, al estilo de John Grisham, y el otro cincuenta de novela negra.

Muchos os preguntaréis cómo puede haber tal equilibrio de géneros, pues simplemente, porque los dos personajes principales son los representantes de esos géneros, protagonista/abogado vs antagonista/asesino.

El asesino, por supuesto, tiene bastante características del género criminal; es alguien de carácter retorcido, con un pasado oscuro, y que no duda a la hora de emplear cualquier método de violencia.

No soy muy seguidora del thriller legal, pero éste me llamó mucho la atención por lo que se contaba  en la sinopsis.

No solo vamos a conocer desde el comienzo que hay un personaje falsamente acusado, ideal para este artículo, sino que también vamos a conocer al asesino. Este detalle no resta interés a la trama, porque lo que queremos saber es que impulsa a este último a actuar de la forma en que lo hace, y cuáles son sus objetivos.

Este es el primer libro de Steve Cavanagh que es publicado en España, eso sí, hay que hacer una aclaración: «13» forma parte de una serie protagonizada por el abogado Eddie Flynn y en realidad es el cuarto de la saga. Este detalle es lo que menos me ha gustado, porque nos perdemos conocer la evolución del personaje principal, ya que el arco dramático, en una sola novela, está más limitado, aunque es cierto que este detalle no entorpece la lectura.

Robert Solomon, es un joven actor que se enfrenta a una terrible pesadilla. Cuando vuelve a casa se encuentra una escena escalofriante: su mujer y el jefe de seguridad yacen muertos en la cama.

A simple vista, esa escena ya parece lo bastante comprometedora, pero cuando la policía llega encuentra que Solomon está cubierto de sangre y es inculpado.
La pregunta que nos ronda la cabeza es: si Robert no mató a esas personas, ¿quién lo hizo?

Parece que todos los indicios apuntan al joven, e incluso el autor, Steve Cavanagh, incrementa el suspense centrándose en mostrarnos determinados detalles y posibles motivos del joven.

Los lectores en esta historia vamos un paso por delante y sabemos, por la sinopsis que facilita la editorial y por la portada, que el asesino, esta vez no está en el banquillo de los acusados, está entre el jurado.

Ese gancho marca con intensidad no solo el ritmo, sino también el argumento y la forma de guiarnos por él; ese es precisamente el rasgo más original de la historia, conocer desde el comienzo al culpable.

Solo nos falta conocer los motivos y si Bobby y sus abogados conseguirán demostrar la verdad en una carrera contra el tiempo que parece ir en su contra.

Hay grandes personajes que destacan en esta novela:

Eddie el protagonista de la serie, por su ingenio rebosante, y el asesino por su astucia.
Ambos nos introducen en una lucha intelectual, a la altura de Sherlock Holmes y su antagonista Moriarty.

Pero en este apartado, no puedo olvidarme de mencionar, aunque muy de pasada, a los secundarios, porque en esta aventura los vamos a encontrar de una diversidad maestra, detalle que se agradece, porque demuestra que el autor es minucioso hasta en los detalles más pequeños.

La historia avanza de forma lineal y los datos que nos aportan llegan de forma secuencial pero desde dos hilos argumentales.

Uno de ellos, el de Eddie Flynn, nos llega en primera persona, y el otro, el del asesino, lo hace en tercera.

Ambas líneas argumentales se van a ir alternando al tiempo que se incrementa el suspense.

Esa alternancia de narrador hace que los lectores vayamos por delante de los personajes, que conozcamos algunos de los detalles antes que ellos.

La trama transcurre a lo largo de cinco días, de lunes a viernes; cinco intensos y extensos capítulos de los que no vamos a poder despegarnos.

«13» es, sin duda, una historia que os recomiendo, con una trama inteligente, cargada de giros argumentales que desembocan en un final sorprendente.

Autodidacta, amante de la literatura y defensora del libro clásico.
Colaboradora ocasional con editoriales, talleres literarios y clubs de lectura.
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Joyce Carol Oates

Reseña de «Rey de picas», de Joyce Carol Oates.  
Susana Gómez
«Un homenaje a Poe. Este perturbador y electrizante thriller de Oates no decepciona.» Kirkus Reviews

«Los problemas empezaron de la manera más inocente cinco meses, dos semanas y seis días antes.»

Sinopsis:
Andrew J. Rush ha conseguido el aplauso del público y la crítica, un éxito con el que sueña la mayoría de los autores. Sus veintiocho novelas policíacas han vendido millones de ejemplares en decenas de países y tiene un poderoso agente y un editor brillante en Nueva York. También tiene una amante esposa y tres hijos ya adultos, y es una gloria local en el pueblo de Nueva Jersey donde reside.
 

Pero Rush esconde un oscuro secreto. Utilizando el seudónimo «Rey de Picas» escribe otro tipo de novelas, violentas y espeluznantes: el tipo de libros que el refinado Andrew nunca leería y mucho menos escribiría. Su vida perfecta se viene abajo cuando su hija encuentra una novela de «Rey de Picas» y comienza a hacer preguntas. Al mismo tiempo, Rush recibe una citación judicial tras ser demandado por una mujer del pueblo que lo acusa de plagio. Mientras la reputación, la familia y la carrera de Rush peligran, los pensamientos de «Rey de Picas» se vuelven cada vez más malvados.

Opinión:

Joyce Carol Oates, es una autora singular.

En su larga y prolífica carrera literaria de más de cuarenta años, ha publicado más de 50 novelas, más de cuatrocientos relatos breves, una docena de libros de no ficción, ocho de poesía y otras tantas obras de teatro...

Es una autora siempre alabada por la crítica, detalle que sumado a lo anteriormente citado, la ha llevado a convertirse en una de las grandes figuras de la literatura contemporánea.

Pero lo que la convierte en singular, según mi opinión, es un detalle cuya pista podéis hallar en las primeras líneas de esta reseña, y reside en que
Joyce Carol Oates es una escritora capaz de cambiar de tono, de registro, sin inmutarse... eso sí, logrando conmocionar al lector en cierta medida.

En esta obra escrita en 2015, con lo primero que vamos a encontrarnos es con un capítulo de tan solo una página. Un capítulo aislado y desconcertante, donde se nos relata una agresión.

A continuación, en el siguiente, conoceremos a nuestro protagonista, Andrew J. Rush, un escritor de éxito con veintiocho novelas policíacas a sus espaldas, pero que como él mismo nos advierte, con unos problemas que comenzaron cinco meses antes.

A ese periodo mencionado, es al que vamos a retroceder llevándonos a Andrew como guía y narrador, esa técnica empleada es una narración preactiva, lo que comúnmente conocemos como racconto, es decir, un relato que nos hace retroceder hasta el inicio de esos problemas, y que poco a poco irá avanzando, facilitando datos de forma detallada, hasta alcanzar y dar sentido a ese primer capítulo del cual ya os he hablado; desde ahí, la narración continuará de forma lineal hasta llegar al desenlace.

Ya habéis conocido por tanto, algún dato sobre nuestro protagonista y sobre la estructura que encontraremos.

Pero en esta historia, hay alguien más; alguien que lucha por abrirse camino y ganar protagonismo; ese personaje es «Rey de Picas», álter ego de Andrew y que sirve para dar título a esta obra.

De
Andrew sabemos que además de tener una carrera brillante, está felizmente casado y es padre de familia; en cambio alrededor de Rey de Picas hay solo vacío.

Nadie conoce la identidad de ese escritor misterioso. Se sabe que sus novelas, día a día ganan adeptos, y que contienen una alta dosis de violencia; todo lo contrario a lo que se encuentra en la obra del protagonista. Ese es el motivo de que nadie pueda relacionar que tras el Rey de Picas se esconde el admirado Andrew J. Rush.

Pero dejadme que os hable de ese otro yo...

Joyce Carol Oates, la autora de esta historia, nos habla de algo real, algo que existe y que algunos podríamos calificar como desdoblamiento de la personalidad; un ejercicio del que muchos autores hacen uso por distintos motivos.

Existen los que escriben bajo seudónimo, los que buscan ocultar su identidad, para evitar que se les identifique en un texto, simplemente para mantener separadas vida pública de privada; y otros que hacen uso del heterónimo, es decir, cuando el autor crea una personalidad totalmente distinta a la suya y parece cobrar vida propia.

El uso de seudónimos o heterónimos, no es algo extraño de encontrar en nuestro día a día, basta darse un pequeño paseo por las redes sociales para comprobarlo.
 

Muchas veces es cuestión de preservar la intimidad y otras, en cambio, de liberar nuestro lado oscuro, así que no es extraño que eso también suceda en el mundo literario...

Conocemos a grandes escritores que a la hora de firmar sus artículos en la prensa, lo hacen o lo han hecho bajo otro nombre.

A mí, el que siempre me viene a la cabeza es nuestro famoso Larra, y ese nombre que más que en un seudónimo era un heterónimo, y que empleaba para firmar sus críticas mordaces, "Fígaro".

Pues bien, nuestro protagonista también va a hacer uso de ese juego empleando un heterónimo.

Él es el personaje correcto, el real, frente a Rey de Picas que no es ni más ni menos que su lado oscuro y secundario.

Rush le da rienda suelta a la hora de escribir esas novelas negras, depravadas y terribles; se libera en ellas de la carga emocional que arrastra, por lo tanto, podríamos decir que Rey de Picas es tan solo un medio para descargar la adrenalina, tan bueno como ir al gimnasio.

Mientras que Andrew escribe de día, Rey de Picas toma el control por las noches y compone sus historias cruentas. El problema va a surgir, cuando Rey de Picas, esa identidad ficticia y siniestra, intente poco a poco ganar espacio en la vida real.
 

Rey de Picas va a ir incorporando al monólogo interior de Andrew cada vez más comentarios perversos.

Vamos a ser testigos de una lucha interior, algo parecido a lo que vemos en la obra de Robert Louis Stevenson, El extraño caso del doctor Jekyll y el señor Hyde.

Pero no penséis que solo en esta lucha interior se basa Joyce Carol Oates para crear el argumento. Oates construye otra historia paralela, es decir, un dos en uno, y enturbia la apacible vida de nuestro escritor, que va a ver como recibe una citación judicial tras ser demandado por plagio.

Y creo que ya os he dado demasiadas pistas...

Nos enfrentamos a un thriller con tintes de novela negra y altas dosis de suspense. A todo esto hay que sumarle el aporte metaliterario, porque las referencias a autores y obras de misterio y suspense, también va a ser algo que encontremos en grandes cantidades.
 

Joyce_Carol_Oates

Vamos a ver a a Richard Matheson, a Le Guin, a Lovecraft, entre otros muchos; y aunque ya he mencionado que algunos detalles pueden recordarnos a Jekyll y Hyde, las principales reminiscencias que vamos a encontrar, van a ser sobre la obra de Edgar Allan Poe, El gato negro y también de algunas historias de Stephen King, como Misery; La mitad oscura; o el relato La ventana secreta, jardín secreto.

Vuelvo al párrafo del comienzo para retomar una cuestión que comentaba allí, y así, abrir y cerrar esta reseña hablando sobre la autora.

La prensa, la crítica, etc... alaban la obra de Joyce Carol Oates.

Si habéis leído antes algo de ella, sabréis que no hace alarde de una gran prosa. Tampoco sus argumentos destacan por una gran originalidad, pero en cambio, hay algo mágico en sus narraciones; ese toque especial que sabe dar, que las retuerce convirtiéndolas en desasosegantes y atrayentes al mismo tiempo.

Los lectores nos sentimos tan atraídos por sus historias, como polillas a la luz.
 

Concretamente en esta narración, comprobamos que tampoco es excesivamente descriptiva; pero en cambio, podemos hacernos un retrato bastante claro y vívido de cómo son los personajes y los escenarios y ambientes por los que se mueven.

Dicen que muchas veces menos es más, y aquí Oates lo demuestra, nos regala tensión sin artificios, pero con un ritmo dinámico.
 

Si hay que poner alguna pega, lo hago sobre el final elegido; para mí, algo precipitado.

Creo que un par de capítulos más habrían servido para componer un final más enrevesado, más complejo, y que aportase ese giro final desconcertante, acorde con la introducción y el desarrollo de la trama.

No hubiese estado nada mal, jugar un poquito con la ambigüedad...


Autodidacta, amante de la literatura y defensora del libro clásico.
Colaboradora ocasional con editoriales, talleres literarios y clubs de lectura.
Administra el blog de reseñas literarias Susurros de Bibliotecas
 

Una novela negra que se aleja del modelo tradicional

Estimado señor M. Una novela negra que se aleja del modelo tradicional. 
Susana Gómez
Cuando pensamos en novela negra, todos sin excepción, recurrimos al mismo truco. Dibujamos en nuestra cabeza una especie de esquema con unos elementos fijos: ambiente decadente, delitos y algún personaje que quiere destapar la verdad, y que en momentos puntuales no teme rozar la ilegalidad.

Pero la realidad, a lo que nos enfrentamos en el día a día los lectores, es a la imposibilidad o a la dificultad de clasificar algunas obras dentro de un género en concreto.

Nos cuesta un horror averiguar si la colamos como novela negra, policíaca o como thriller, por citar algunos ejemplos; y la verdad es que no deberíamos perder el tiempo obsesionándonos con los géneros, ni intentar establecer unos límites fijos que los separen.

Dicen los expertos que una novela solo puede estar encuadrada dentro de una categoría. Que siempre predominan unos patrones por encima de otros; pero en ocasiones como esta, y es algo que estamos observando los lectores cada vez con más frecuencia, la línea que separa un género de otro es tan difusa, que cuesta sopesar qué historia tiene más peso que las otras. Esas líneas aparecen como si las contemplásemos con una lente defectuosa, lo que provoca que las veamos deformadas y con un contorno poco claro.

Lo cierto es que la novela negra no tiene límites. Esas barreras las mueve el autor en su beneficio, y convierte a este género en algo vivo, que evoluciona y se enriquece con nuevas ideas.
 

Esas fronteras distorsionadas de las que os hablo y que a veces se entrecruzan con otras categorías, terminan dando lugar a novelas híbridas o creando modas y con ello llegan los tan temidos nuevos y extravagantes géneros o subgéneros, entre los que se encuentran el Domestic noir, el Grip Lit, y más que no quiero ni recordar...

Pero no os estoy hablando de nada raro, la evolución de los géneros ha existido desde mucho antes de que el hombre empezase a utilizar la escritura como entretenimiento, y no hace falta retroceder hasta el poema de Gilgamesh.

Allá por el s. IV a. C., Aristóteles los redujo a tres: épica, lírica y dramática, las obras se encuadraban dentro de unas normas fijas, pero a alguien no le cuadró mucho esa rigidez y decidió saltárselas.

Debemos partir de que la literatura es libertad, y de ahí que alguien muy inteligente se inventase eso de la famosa licencia del escritor.

Herman Koch

Este autor holandés, en el que he pensado para hacer esta reseña, es un experto a la hora de incomodar al lector. Escarba en la sociedad sacando lo peor con su tono provocador, y por eso me llamó la atención esta historia, porque algunos de sus protagonistas son los que encontraríamos en esas novelas negras.

Personajes de fuerte y compleja personalidad, cubiertos con un halo oscuro y con un comportamiento que busca en todo el momento el conflicto.

Si obviasemos estos elementos que os acabo de citar, podríamos pensar a simple vista que, Estimado señor M., no cuenta con los principales rasgos identitarios de una novela negra, pero sí se podría considerar una especie de híbrido, porque lo que Koch hace es crear una novela negra alejándose de ese modelo tradicional. Se vale de la mezcla de géneros y con ello nos sumerge en una atmósfera asfixiante.

En una entrevista que le hicieron en 2016, dijo que la imposibilidad de etiquetar esta novela dentro de una categoría concreta, fue algo intencionado, algo que maquinó para desconcertarnos.

Lo que esconde Estimado señor M.

➤Una estructura inusual que llamará nuestra atención desde el comienzo.

No vamos a encontrar una única trama, sino que varios argumentos se combinarán entre sí, creando una especie de historias dentro de una historia principal.
 

De esta forma tan peculiar vamos a enfrentarnos a una lectura donde se combinarán los géneros literarios, dedicando el mismo espacio a cada uno de ellos y consiguiendo que nos interesemos por todos igual.

Acoso mediante el género epistolar; la narración de una chica de 17 años con historia romántica de fondo; el punto de vista cínico o cómico que emplea el señor M. para dibujar el mundo literario, y ese punto de tensión medio de novela negra que encontraremos en la historia de Herman y en la desaparición del profesor.

Aquí es donde nosotros entramos, asumiendo el papel de investigador, y con una difícil misión: juntar las piezas y rellenar los vacíos que dejan las elipsis narrativas.

➤ Un tono provocador.


Koch tiene un don especial para comprender y describir la realidad, y por eso consigue crear una magnífica historia, absorbente y que sorprende al mismo tiempo, dándole ese toque tan característico que poseen todas sus obras. Disfruta creando situaciones incómodas a la par que comprometidas, para después mostrarnos que hay que mirar más allá de los estereotipos, empujándonos a una inevitable reflexión.

➤Un fuerte componente metaliterario.


No solo encontraremos opiniones sobre el mundo literario, sino que nos mostrará una visión muy amplia de todo lo que podemos encontrar en él. El bloqueo del escritor, la vanidad de algunos de ellos y la rivalidad existente entre muchos de los integrantes de ese mundillo.

Coincidencias que ocuparán un lugar importante en el argumento.


Partiremos de una premisa: Un joven aguarda cuarenta años para vengarse, de un autor que le incrimina en su obra y que curiosamente va a terminar viviendo en su mismo edificio.

Soy una lectora que huye de las novelas con excesivas coincidencias, y parece que en esta obra he encontrado a alguien que comparte mi opinión. El narrador protagonista comenta en varias ocasiones, que hay que evitar al máximo la casualidad, en una novela, ya que esta se siente más cómoda en la realidad...

En esta historia vamos a darnos de bruces con bastantes casualidades, pero Koch demuestra que están de sobra justificadas. Debemos consentirlas, ya que realmente el narrador es un protagonista del libro, y él nos está relatando su vida, su realidad. Por lo tanto, tenemos que aguantarnos y reconocer que al igual que las coincidencias existen en la vida real, también podemos encontrarlas en las vidas de nuestros personajes.

Lejos de una narración lineal.
 

Cada una de las historias que componen esta novela, incluyen escenas retrospectivas que alteran la secuencia cronológica del relato. Nos hacen saltar al pasado, conectando distintos momentos, aportando situaciones que nos hacen ir componiendo un pequeño puzle.

Cliffhangers.
 

A los saltos en el tiempo que he mencionado en el apartado anterior, hay que sumarle el uso de cliffhangers.
 

Koch emplea esta técnica que nos deja con la miel en los labios, nos obliga a saltar de la historia de un personaje a la de otro, incrementando el suspense; creando una atmósfera que nos condiciona para conmocionarnos al final, y sobre todo que nos empujará a seguir leyendo hasta obtener la verdad.
 

Con cada una de las narraciones por separado, no seremos capaces de averiguar qué le sucedió al profesor Landzaat, solo lo conseguiremos al final, tras encajar todas las piezas, tras comprender el comportamiento de los personajes, analizando ese microcosmos particular al que pertenece cada uno.

➤Los lectores también tenemos nuestro lugar.
 

Nosotros somos un elemento indispensable en este libro, somos los que queremos averiguar lo qué ocurrió con Landzaat, ese profesor de historia, adúltero y amante de seducir a estudiantes de instituto.

Como os he mencionado, vamos a tener elementos que podrían catalogar esta novela dentro de varios géneros.

En lo que respecta a mí, creo que no me quedan más detalles por mostrar, o al menos que yo haya encontrado. Os animo a profundizar en esta novela y a averiguar qué pasó con el profesor Landzaat.

Feliz lectura....



Autodidacta, amante de la literatura y defensora del libro clásico.
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