VENENOS - MEDICINA PARA ESCRITORES (II)
por Osvaldo Reyes
por Osvaldo Reyes
➤ Lección 1: Principios básicos
➤ Lección 2: Venenos microbiológicos
➤ Lección 3: Venenos vegetales (1)
➤ Lección 4: Venenos vegetales (2)
➤ Lección 5: Venenos vegetales (3)
➤ Lección 6: Venenos animales (1)
➤ Lección 7: Venenos animales (2)
➤ Lección 8: Venenos animales (3)
➤ Lección 9: Venenos químicos (1)
➤ Lección 10: Venenos químicos (2)
➤ Lección 11: Venenos químicos (3)
➤ Lección 12: Venenos poco comunes
➤ Lección 2: Venenos microbiológicos
➤ Lección 3: Venenos vegetales (1)
➤ Lección 4: Venenos vegetales (2)
➤ Lección 5: Venenos vegetales (3)
➤ Lección 6: Venenos animales (1)
➤ Lección 7: Venenos animales (2)
➤ Lección 8: Venenos animales (3)
➤ Lección 9: Venenos químicos (1)
➤ Lección 10: Venenos químicos (2)
➤ Lección 11: Venenos químicos (3)
➤ Lección 12: Venenos poco comunes
Lección 2: Venenos microbiológicos
por Osvaldo Reyes
por Osvaldo Reyes
"¿Por qué vas por el campo con guantes,
mujercita obesa que no tuvo amantes?"
mujercita obesa que no tuvo amantes?"
Matar es fácil – Agatha Christie
En 1809, el pintor y cirujano escocés Sir Charles Bell, reunió en una serie de trece litografías a color los estragos provocados por las heridas de bala en los soldados que le tocó atender durante la batalla de la Coruña (la batalla de Elviña, para los españoles). Uno de los dibujos más dramáticos se titula “Tétano posterior a una herida de bala” y se puede ver a un soldado en la pose característica de la enfermedad, una condición generada por una toxina liberada por la bacteria Clostridium tetani. La toxina bloquea los efectos inhibitorios de ciertos neurotransmisores, dejando a las neuronas motoras activas y fuera de control. Eso genera espasmos musculares generalizados que se manifiestan de diferentes formas. En los músculos grandes obligan al afectado a tomar una postura conocida como “opistótono” (la espalda arqueada, los brazos flexionados sobre el pecho, los puños apretados), que pueden llegar a ser tan fuertes como para quebrar la columna. La mandíbula se cierra y los músculos faciales le dan al rostro del infortunado el aspecto de una sonrisa permanente (risa sardónica). Finalmente, los músculos respiratorios y laríngeos se contraen, obstruyendo la vía aérea y llevando a la muerte por asfixia.
Si el asesino de su libro está planeando cometer un crimen usando un aguja convenientemente contaminada con C. tetani, les sugiero que pongan esa día en salmuera un tiempo. Tendrán una escena dramática, pero poco verosímil, ya que hoy en día la mayor parte de los seres humanos estamos inmunizados, gracias a las vacunas, contra esta terrible enfermedad. Por supuesto, siempre puede hacer que su asesino use la toxina tetánica como arma homicida (un bioterrorista) o que se enfoque en los anti-vacunas (justicia poética). Por eso les dije que lo pusieran en salmuera. No es que no se pueda hacer, pero tienen que tener el escenario correcto para que funcione.
Si esa bacteria no les sirve, pueden recurrir a la ayuda de un familiar cercano, el Clostridium botulinum. En los tiempos modernos, la toxina que produce esta bacteria está en alta demanda, como parte de decenas de tratamientos de rejuvenecimiento facial. Su mecanismo de acción es contrario al de la toxina tetánica, ya que en este caso bloquea la liberación del neurotransmisor acetilcolina, lo que provoca parálisis muscular (de allí su utilidad en hacer desaparecer las arrugas). Sin embargo, de entrar al torrente sanguíneo por medio de una herida o por la ingesta de alimentos contaminados (la más frecuente), pueden provocar una condición llamada botulismo que se caracteriza por letargia, visión borrosa y dificultad para comunicarse o moverse. Síntomas asociados incluyen presión baja, boca seca y, si se deja progresar sin tratar, falla respiratoria y la muerte.
Su potencial como arma de envenenamiento masivo quedó plasmada en 1991, cuando en los últimos días de la Guerra del Golfo, se reportó que Irak había producido más de 19 mil litros de toxina botulínica. De ser cierto, esa cantidad era más que suficiente como para matar a toda la población de la tierra. Al mismo tiempo, un culto radical japonés (Aum Shinrikyō) trató en tres ocasiones diferentes, entre 1990-1995, de usar toxina botulínica para envenenar instalaciones militares norteamericanas y el centro de Tokio, sin éxito. A la fecha, no se sabe por qué fallaron sus intentos, pero, para el siguiente ataque, cambiaron de método y usaron gas Sarín, un agente neurológico mortal que liberaron en cinco estaciones del metro de Tokio, dejando un total de más de cuatro mil afectados.
Ambas toxinas tienen la capacidad de usarse como armas de destrucción masiva, lo que es útil si su novela es de corte apocalíptico, de espionaje o de suspenso. Sin embargo, si quieren algo más personal y hogareño, también sirven. Todo lo que requieren es tener a un personaje capaz de producirlas, lo que implica un conocimiento previo que casi siempre lo marcará como posible responsable. ¿Solución? Agatha Christie.
En Matar es fácil, la Dama del Crimen nos presenta un asesinato que parece ser un accidente. La víctima recibe un corte y el asesino se lo cubre con una gasa contaminada con las secreciones de una herida infectada. Es un método sin garantía de éxito (después de todo, podía formarse solo un pequeño absceso y quedar así), pero con potencial. De funcionar, como ocurrió en el libro, la víctima desarrollaría una septicemia (una infección en la sangre), condición con una alta mortalidad. Hoy tendría menos éxito, con los excelentes antibióticos disponibles, pero en 1939, cuando publicó el libro (y no olvidemos que la penicilina se empezó a comercializar en 1941), un arma tan efectiva como cualquiera. Es más, morir de una sepsis era tan posible que volvió a usar la técnica en otro libro (Cartas sobre la mesa).
Algunos crímenes requieren el momento justo y las condiciones adecuadas. Si no las tiene en este momento, siempre tiene la opción de escenificar su libro en el pasado.
Si esa bacteria no les sirve, pueden recurrir a la ayuda de un familiar cercano, el Clostridium botulinum. En los tiempos modernos, la toxina que produce esta bacteria está en alta demanda, como parte de decenas de tratamientos de rejuvenecimiento facial. Su mecanismo de acción es contrario al de la toxina tetánica, ya que en este caso bloquea la liberación del neurotransmisor acetilcolina, lo que provoca parálisis muscular (de allí su utilidad en hacer desaparecer las arrugas). Sin embargo, de entrar al torrente sanguíneo por medio de una herida o por la ingesta de alimentos contaminados (la más frecuente), pueden provocar una condición llamada botulismo que se caracteriza por letargia, visión borrosa y dificultad para comunicarse o moverse. Síntomas asociados incluyen presión baja, boca seca y, si se deja progresar sin tratar, falla respiratoria y la muerte.
Su potencial como arma de envenenamiento masivo quedó plasmada en 1991, cuando en los últimos días de la Guerra del Golfo, se reportó que Irak había producido más de 19 mil litros de toxina botulínica. De ser cierto, esa cantidad era más que suficiente como para matar a toda la población de la tierra. Al mismo tiempo, un culto radical japonés (Aum Shinrikyō) trató en tres ocasiones diferentes, entre 1990-1995, de usar toxina botulínica para envenenar instalaciones militares norteamericanas y el centro de Tokio, sin éxito. A la fecha, no se sabe por qué fallaron sus intentos, pero, para el siguiente ataque, cambiaron de método y usaron gas Sarín, un agente neurológico mortal que liberaron en cinco estaciones del metro de Tokio, dejando un total de más de cuatro mil afectados.
Ambas toxinas tienen la capacidad de usarse como armas de destrucción masiva, lo que es útil si su novela es de corte apocalíptico, de espionaje o de suspenso. Sin embargo, si quieren algo más personal y hogareño, también sirven. Todo lo que requieren es tener a un personaje capaz de producirlas, lo que implica un conocimiento previo que casi siempre lo marcará como posible responsable. ¿Solución? Agatha Christie.
En Matar es fácil, la Dama del Crimen nos presenta un asesinato que parece ser un accidente. La víctima recibe un corte y el asesino se lo cubre con una gasa contaminada con las secreciones de una herida infectada. Es un método sin garantía de éxito (después de todo, podía formarse solo un pequeño absceso y quedar así), pero con potencial. De funcionar, como ocurrió en el libro, la víctima desarrollaría una septicemia (una infección en la sangre), condición con una alta mortalidad. Hoy tendría menos éxito, con los excelentes antibióticos disponibles, pero en 1939, cuando publicó el libro (y no olvidemos que la penicilina se empezó a comercializar en 1941), un arma tan efectiva como cualquiera. Es más, morir de una sepsis era tan posible que volvió a usar la técnica en otro libro (Cartas sobre la mesa).
Algunos crímenes requieren el momento justo y las condiciones adecuadas. Si no las tiene en este momento, siempre tiene la opción de escenificar su libro en el pasado.
Osvaldo Reyes (Panamá, 1971)
estudió
medicina en la Universidad de Panamá y luego se especializó en
Ginecología y Obstetricia en la Maternidad María Cantera de Remón.
Actualmente labora como médico especialista en la Maternidad del
Hospital Santo Tomás, donde también ejerce funciones como Coordinador de
Investigaciones. Es profesor de la Cátedra de Obstetricia de la
Universidad de Panamá y miembro del Sistema Nacional de Investigadores.
Ferviente lector y escritor del género negro, con ocho libros (El Efecto Maquiavelo, En los umbrales del Hades, Pena de muerte, La estaca en la cruz, Sacrificio, El canto de las gaviotas, El cactus de madera y Asesinato en Portobelo) y dos colecciones de cuentos (13 gotas de sangre y 13 candidatos para un homicidio) publicados a la fecha. Sus relatos forman partes de diferentes antologías (Escrito en el agua, Pólvora y sangre, Círculo de Lovecraft # 9) y es ganador del Primer Premio de Narrativa Corta (2017) del Panama Horror Film Fest. Osvaldo Reyes coordina la jornada dedicada al género negro en Latinoamérica de la Semana Negra en la Glorieta.
Ferviente lector y escritor del género negro, con ocho libros (El Efecto Maquiavelo, En los umbrales del Hades, Pena de muerte, La estaca en la cruz, Sacrificio, El canto de las gaviotas, El cactus de madera y Asesinato en Portobelo) y dos colecciones de cuentos (13 gotas de sangre y 13 candidatos para un homicidio) publicados a la fecha. Sus relatos forman partes de diferentes antologías (Escrito en el agua, Pólvora y sangre, Círculo de Lovecraft # 9) y es ganador del Primer Premio de Narrativa Corta (2017) del Panama Horror Film Fest. Osvaldo Reyes coordina la jornada dedicada al género negro en Latinoamérica de la Semana Negra en la Glorieta.