Entrevista con GUILLERMO ORSI por OSVALDO REYES
Edición: Javier Alonso García-Pozuelo 
 
Guillermo Orsi. Biografía:

Biografía: Guillermo Orsi es un reconocido periodista y escritor argentino, con más de diez libros en su prontuario literario, varios de ellas traducidas a otros idiomas. Sus historias han recibido múltiples reconocimientos, como “El vagón de los locos” (premio Emecé, 1978), “Sueños de perro” (premio Umbriel/Semana Negra 2004) y “Ciudad santa” (premio Hammett, 2010).


 
Osvaldo Reyes Bienvenido Guillermo y gracias por participar. Empecemos con algo sencillo. No eres el primer periodista escritor de literatura negra y no serás el último. ¿Crees que hay algo en la carrera de periodismo que predispone de manera favorable a decantarse por escribir novela negra?

Guillermo Orsi. Dada la “negrura” de la vida cotidiana en nuestras sociedades, parecería ser este el género más apropiado para que un escritor ejerza su oficio. El periodismo es también un ejercicio narrativo: suceden determinados hechos que deben ser comunicados con claridad y economía de recursos, y tal vez sea esa la zona en común de periodismo y literatura. En lo que difieren es en que la realidad literaria no necesariamente coincide ni está obligada a ser fiel a los hechos. Incluso es preferible que no lo sea, para que el relato literario no quede atrapado en los estrechos márgenes de un informe presuntamente objetivo de la realidad. Por el contrario y, al menos en mi caso, lo de ser fiel al género me tiene sin cuidado. Lo cultivo pero como zona de referencia, donde se dan elementos propicios como la violencia, las ambiciones, las luchas por el poder, los amores prohibidos y en general las relaciones peligrosas.
 
¿De dónde surgen las historias? ¿Las buscas de manera activa o esperas a toparte con alguna idea que te llame la atención?

No te topas con ninguna idea si no te sientas a trabajar. Las ideas pueden acudir a ti en momentos inoportunos y evaporarse como gota de agua sobre la sartén al rojo. Debes estar siempre en condiciones de atraparlas, a sabiendas de que sólo se tratará de intuiciones, indicios no demasiado relevantes de un texto posible. Con frecuencia, lo que parecía una idea muy original no lo es tanto y al empezar a desarrollarla te ves inmerso en una tarea semejante a la de un biólogo que consigue aislar a una bacteria: una práctica de “cultivo y análisis” que te permite avanzar en la narración creyendo que los desafíos principales están resueltos. No lo están, por lo general, pero de esto te enteras cuando ya te has internado en la historia elegida. Y te enteras sólo para darte cuenta de que lo que habías previsto probablemente te sirva para muy poco, ya que los sucesos y los personajes crecen sin reparar demasiado en que tú eres el autor. Aquí es donde se encienden tus luces de alarma para evitar que la ficción se te imponga lejos de tu control y se dispare para cualquier lado. Esa lucha personal contra el caos es parte del atractivo de la escritura, esa pretensión de ordenar lo improbable, de armar tu circo con payasos, trapecistas y leones que se resisten a tus mandatos. Las posibilidades de éxito en tamaña empresa son reducidas y dependen tanto de tu oficio como de imponderables que se te presentan a lo largo de la trama.

¿Algún ritual o regla que siempre cumples una vez empiezas a escribir un nuevo libro?


Nada diferente de los rituales de la mayoría de mis compañeros de oficio: lugar tranquilo, si se puede, que no es necesariamente la habitación en penumbras con un gato merodeando tu ordenador. Puedo escribir en los bares y hasta los prefiero si no me invaden parroquianos gritones ni televisores, perturbaciones cada vez más frecuentes que expulsan no sólo a los escritores sino a todo el que quiera conversar mientras consume un café. De todos modos puedo escribir donde sea porque de eso se trata esta compulsión a buscar y articular palabras que le den sentido a lo que lo tiene.

¿Alguna vez te has planteado el final de un libro y al llegar allí, decides cambiarlo?

Lo de “plantearme el final” me sucede siempre pero siempre es un planteo condenado al fracaso. Tiene que ver con la pretensión de que eres quien elige libremente el destino de sus personajes, el final de sus historias. Somos, los autores, como esos padres que por haber parido se creen con el derecho a decidir qué será de sus criaturas. Cuando se toman en serio esas atribuciones y las ejercen a mansalva, las criaturas llevarán una vida desgraciada, previsible, opaca. Para qué novelar bajo ese yugo si da lo mismo ser escritor que escribiente en un ministerio público. Escribir literatura no es lo mismo que redactar un informe para completar un trámite burocrático. En todo relato literario que se precie de serlo, el final es una explosión de los sentidos, un enjambre de imaginación y talentos encontrados, de crispación creativa. La plenitud que sobreviene está en las antípodas del alivio, del punto final.

Mientras escribes, ¿qué te acompaña? (Música, café o licor)

A veces un poco de música: clásica o jazz, piano si es posible. Por lo general, silencio, aunque resulte cada vez más difícil encontrarlo y por eso la música. En brebajes, sólo mate, infusión criolla que me ha acompañado en mis muchos años de sentarme frente a papeles en blanco, ruidosas Olivetti o monitores. La yerba mate es la mejor yerba para esperar a las musas. Y cuando llegan, celebrarlas con mate.

En “Segunda vida” cuentas una historia centrada en los soldados argentinos que participaron en la guerra de las Malvinas. ¿Qué hacías cuando el evento histórico ocurrió? ¿Trabajabas en algún libro?

La guerra de Malvinas irrumpió cuando yo tenía 35 años. Ya era grande para ser convocado, aunque como soldado de reserva no parecía imposible si el conflicto hubiera escalado en gravedad. No fui convocado ni participé en ningún grupo de apoyo o cosa similar: los combates en las islas me llenaron de ansiedad y compasión por reclutas de 18 años recién cumplidos, sin instrucción militar, mal armados y peor alimentados, enterrados en el hielo de unas islas en el culo sur del mundo. Y comandados por unos generales corruptos que habían usurpado de nuevo el poder político obedeciendo a su comando estratégico en el Pentágono.

La guerra de las Malvinas debió de influir de alguna manera en las generaciones de escritores argentinos, de la misma forma que las diversas dictaduras que han afectado al país han dejado su huella en las páginas de la literatura de tu país. ¿Cómo han afectado estos conflictos armados o sociales la visión que tienes de la escritura?

No sé si en la escritura como ejercicio estilístico. Las huellas de esos conflictos son, en efecto, generacionales. De hecho, nuevas generaciones de autores (hablo de “nuevas” refiriéndome a los nacidos con la última dictadura) escriben a menudo como si nada hubiera pasado. Algunos inconscientemente y otros de modo premeditado, hay una actitud de no querer hacerse cargo de la historia reciente de nuestro país. De algún modo se sienten invadidos por una temática que no les concierne, por unas heridas que no son las de ellos. No es tan difícil de comprender cuando se echa un vistazo a tantas ficciones sobre la dictadura y Malvinas que sobrevolaron los temas con oportunismo, sin profundidad, mientras el negocio editorial les fue propicio. Hubo tal vez una saturación que llevó a la gente más joven a renegar de un compromiso con lo sucedido. Contrariando lo que podría esperarse tras acontecimientos tan graves, la literatura publicada se volcó al conflicto individual, al narcisismo y la búsqueda de una innovación forzada por ese rechazo, de una experimentación formal que parece ignorar experiencias realmente transformadoras como las de la primera mitad del siglo 20 en materia narrativa.

En el 2015, cuando nos conocimos en el Córdoba Mata, vi algo que todavía recuerdo por lo curioso y original. Un grupo de jóvenes que se disfrazaron como los personajes que habías asesinado en tus libros. ¿Cómo te sientes con respecto a los personajes que envías al más allá de las letras? ¿Planeas sus destinos con antelación o lo decides sobre la marcha?

Aquello fue una humorada de los organizadores del evento al que te referís. Respondiendo a tu pregunta, en mi experiencia son los personajes secundarios los que definen el corpus narrativo. Tal vez por esa imprevisión, porque no son o no parecen importantes, porque surgen al costado del camino, como viajeros que te piden que los lleves a destino. Lo que suceda con ellos ya no puedes preverlo tú ni ellos, y eso es lo apasionante de escribir novelas. Se entabla una suerte de competencia entre el autor y sus criaturas, por ver quién llega entero a la última página. Matarlos es un atajo, un recurso efectista para quitártelos de encima, por temor a que crezcan demasiado y ocupen lugares para los que no fueron convocados.

¿Alguna vez te han robado o has perdido el manuscrito de un libro? Si es así, ¿lo has retomado o simplemente lo abandonas?

Más de una vez, lamentablemente. Cuando empecé a escribir, que perdieras un manuscrito era una situación excepcional. El papel es un elemento físico lo suficientemente visualizable, aunque ocupe espacios en portafolios, carpetas o anaqueles. Los manuscritos digitales, en cambio, pueden esfumársete con sólo un toque, una mala operación informática, y desaparecer para siempre si no has tenido la precaución de hacer copias a cada paso, con cada página o párrafo. La digitalización de la escritura ha dado lugar a farragosos e interminables textos, dada la agilidad para escribir y guardar que te permite. Pero es también una amenaza. Como a esos explosivos inestables es necesario manejar los textos con cuidado o corres el riesgo de perderlo todo. He perdido y me han robado ordenadores. Y ha sido inútil mi empeño por recuperarlos desde mi memoria. Como en la segunda oportunidad que a veces le exiges a una relación amorosa, ya nada es lo mismo.

En cuanto a los libros que has leído, ¿prefieres a los norteamericanos, a los europeos o a los latinoamericanos? (Género negro, por supuesto).


Soy lector de autores que escriben en mi lengua. En esto me siento un rara avis, sobre todo en novela negra, cuya pesada herencia es anglosajona y básicamente norteamericana.

En “Sueños de perro” tienes de personaje a una prostituta que afirma que le gusta el rock, tal vez por encima del tango. ¿Qué prefiere Guillermo Orsi? ¿Rock o tango?

La buena música, siempre. La fusión, en todo caso: la mejor, la perdurable, la que te seguirá proporcionando placer más allá del género y de tu edad cronológica.

Ha sido un placer conversar contigo este día. ¿Algún consejo para los potenciales escritores que visiten Semana Negra en la Glorieta?
 
Que están muy buenas estas conversaciones, pero estarán mejor cuando podamos compartir abrazos y tragos, además de palabras.
 
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Puedes leer la colaboración de Guillermo Orsi en la VII Semana Negra en la Glorieta, pinchando en la imagen.





Osvaldo Reyes (Panamá, 1971)
estudió medicina en la Universidad de Panamá y luego se especializó en Ginecología y Obstetricia en la Maternidad María Cantera de Remón. Actualmente labora como médico especialista en la Maternidad del Hospital Santo Tomás, donde también ejerce funciones como Coordinador de Investigaciones. Es profesor de la Cátedra de Obstetricia de la Universidad de Panamá y miembro del Sistema Nacional de Investigadores.
 

Ferviente lector y escritor del género negro, con ocho libros (El Efecto Maquiavelo, En los umbrales del Hades, Pena de muerte, La estaca en la cruz, Sacrificio, El canto de las gaviotas, El cactus de madera y Asesinato en Portobelo) y dos colecciones de cuentos (13 gotas de sangre y 13 candidatos para un homicidio) publicados a la fecha. Sus relatos forman partes de diferentes antologías (Escrito en el agua, Pólvora y sangre, Círculo de Lovecraft # 9) y es ganador del Primer Premio de Narrativa Corta (2017) del Panama Horror Film Fest. Osvaldo Reyes coordina la jornada dedicada al género negro en Latinoamérica de la Semana Negra en la Glorieta.