Ejecuciones públicas en la historia de Madrid (I), por Pablo Aguilera

Pablo Aguilera es miembro fundador de LA GATERA DE LA VILLA, una iniciativa sin ánimo de lucro que publica una revista gratuita sobre historia y urbanismo de Madrid.

Diseño: Pedro López Carcelén

EJECUCIONES PÚBLICAS EN LA HISTORIA DE MADRID (I)
Pablo Jesús Aguilera Concepción
A lo largo de la historia de Madrid han sido varios los emplazamientos elegidos por la justicia para aplicar de manera pública la ejecución de la pena de muerte y variados han sido también los suplicios y tormentos aplicados a los reos para expiar su culpa. Es intención de este escrito presentar estos lugares y describir, de manera somera, los diversos modos en los que se aplicaba la pena capital, así como el ceremonial con el que se la envolvía, un protocolo que, aunque con modificaciones, estuvo en vigor mientras perduraron las ejecuciones públicas.



LA PENA DE MUERTE, UN ESPECTÁCULO PÚBLICO

Convertir la ejecución de la pena de muerte en un acto público persigue el objetivo de que la contemplación del castigo actúe de manera ejemplarizante para prevenir delitos, disuadiendo a potenciales criminales y malhechores de llevar a cabo sus propósitos. Alfonso X escribía en sus Partidas «paladinamente debe seer fecha la justicia de aquellos que hobieron fecho por que deban morir, porque los otros que lo vieren et lo oyeren reciban ende miedo et escarmiento, diciendo el alcalle ó el pregonero ante las gentes los yerros porque los matan 1 […] devese cumplir de día concejeramente ante los omes, e non de noche e a furto»
2  y Nicolás Aymerich, quien fuera Inquisidor General de la Corona de Aragón a mediados del siglo XIV, se refería a la misma cuestión de forma similar: «Que presencie mucha gente el suplicio y los tormentos de los reos, para que el miedo les retrayga del delito»3. Por este motivo, el cadalso es colocado en plazas y espacios abiertos con gran tránsito, donde la pena pueda ser observada por un gran número de personas, y se publicita la ejecución, bien sea mediante pregones o mediante la prensa escrita, para lograr una mayor afluencia de público.
«A las doce de la mañana del 25 del corriente han de sufrir la pena ordinaria en horca con la calidad de arrastrados á que han sido condenados por el delito de alta traicion D. Pablo Iglesias y Antonio Santos, presos en la Real cárcel de Corte, en la que se hallará a las once y media de aquel día para auxiliar a los subalternos de la Real Sala en su conduccion un piquete de un subalterno, un sargento y 20 hombres del provincial de Lorca, cuyo comandante deberá verse á su llegada a ella con el señor gobernador de la Sala, por tuviese que hacerle alguna prevención: á la misma hora al frente de aquel punto otro de un sargento y 16 caballos del 5º Ligeros : en la Plazuela de la Cebada otro á la propia hora de dos capitanes, cuatro subalternos y 200 Granaderos de la misma Real Guardia, y otro de un capitan, un subalterno y 40 caballos del 5º Ligeros: el piquete del próvincial de Lorca que custodia los reos a la carrera dejará para la de sus cadaveres un sargento y ocho soldados, que permanecerán hasta que la Paz y la Caridad los haya recogido»4.

Este tipo de acontecimientos atraían a una multitud de toda condición y clase social; si la causa de la ejecución había tenido fuera de Madrid, pero en un lugar próximo, era habitual que los vecinos de dicha localidad se acercaran a presenciar la ejecución. Madrileños y foráneos se aglomeraban para presenciar el suplicio como si de un espectáculo más se tratara, en medio de un ambiente propio de romerías y verbenas, en el que incluso vendedores de comida y bebidas ofertaban sus productos entre el público.
«Nadie podrá formarse una idea de la inmensa muchedumbre que se agitaba, estrujaba y revolvía desde la puerta de la cárcel hasta el lugar donde estaba puesto el cadalso. Las calles, balcones, ventanas, buhardillas y hasta tejados de las casas no podían contener a tantas gentes ansiosas de presenciar aquel horrible y sangriento espectáculo, que en lugar de imponer y contristar el ánimo, parecía, al oír los gritos, las blasfemias, las carcajadas y chanzonetas picantes de la muchedumbre, que iban a presenciar una fiesta.5»

Habrá que esperar a la llegada de la Primera República para que se dicten ordenanzas contra estos usos y costumbres, alejados de nuestra moral, pero comunes en  aquellos tiempos.

«Ante todo cuidará VSI de disponer que la ejecucion se lleve á efecto en el punto más próximo posible al que ocupe el reo en capilla.

En segundo lugar reclamará la intervencion de la Autoridad civil á fin de que por todos los medios que estén á su alcance impida que el sitio de la ejecucion ni en el trayecto que haya de recorrer el reo se dispongan puestos de bebidas ó de comestibles, ni circulen los vendedores de unos y otros efectos, procurando evitar por estos medios y por lo demás que le sugiera su prudencia que infundan en la muchedumbre que concurre á estos actos sentimientos ajenos á la dignidad de un pueblo culto, contrarios á la majestad de la justicia é incompatibles con el recogimiento y el respeto que debe inspirar el espectáculo de la muerte.

Sírvase VSI comunicar estas instrucciones á los Jueces de primera instancia á quienes fuera cometido ó correspondiera el cumplimiento de las sentencias capitales.6»

Otro aspecto que hoy nos pueda chocar es la presencia de niños en los ajusticiamientos públicos. Algunos eran llevados por sus propios padres, que, movidos por una intención moralizante, solían propinar una sonora bofetada a sus hijos mientras el verdugo daba cumplimiento a la sentencia, acompañando al sopapo con una exhortación a llevar una vida recta y honesta, para no acabar sus días en un cadalso, como el desgraciado de cuya muerte eran testigos.

«Este solemne silencio, que se ha producido durante un buen rato es de pronto roto por el llanto y gritos de dolor de los niños, que sus padres los han llevado para que presencien este «espectáculo»; y sus padres, en el momento crítico de la ejecución, les han propinado unos bofetones y azotes «para que quedara grabada en sus memorias infantiles, y para siempre, lo que acababan de ver, y les sirviera de ejemplo y escarmiento7».
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1. Partida VII, título XXXI, ley XI. Las Siete Partidas del rey don Alfonso el Sabio.
2. Partida III, título XXXXVII, ley V. Las Siete Partidas del rey don Alfonso el Sabio.
3. «Manual de inquisidores, para uso de las inquisiciones de España y Portugal», de Nicolás Aymerich.
4. “Diario de Madrid”, 24 de agosto de 1825.
5. “Leyendas y misterios de Madrid”, de José María de Mena.
6. Gracia y Justicia. Circular de 9 de febrero de 1874 dictando instrucciones para procurar el mayor recogimiento en las ejecuciones de pena capital.
7. «Así Fueron-- Los Más Famosos Bandoleros», de Juan José Alvear Cabrera, Rafael Cabello Castejón.


 

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es aficionado a la música y a la historia, socio fundador de la desaparecida asociación "Amigos del Foro Cultural de Madrid" y de la revista cultural "La Gatera de la Villa". 

Además de diversos artículos sobre la historia de Madrid, es autor del libro El levantamiento del 2 de mayo de 1808.