ESTELA CHOCARRO Y EL «DOMESTIC NOIR»
Antonio Parra Sanz
Antonio Parra Sanz
Estamos asistiendo últimamente a una gran eclosión de términos y clasificaciones en lo referente a la novela negra, hasta el punto de que el género está mirando, tal vez demasiado, hacia el interior de sí mismo, posiblemente mitad por sobreproducción mitad por ese afán de etiquetarlo todo, y acaso estemos corriendo el riesgo de perder de vista a quien mantiene vivo el género, nada menos que al lector. Una de esas clasificaciones ha generado el término “domestic noir”, una parcela en la que Estela Chocarro se mueve a las mil maravillas.
Dentro de esas catalogaciones, y en función de la tipología del personaje, habría que establecer algunas distinciones básicas, es decir, investigadores de las fuerzas del orden, investigadores del oficio aunque no pertenezcan a dichas fuerzas, y en tercer lugar investigadores que no son ni policías ni del oficio. A estos últimos se les ha incluido en ese marchamo del “domestic noir”, posiblemente por verse envueltos en una investigación de manera un tanto fortuita.
A este grupo pertenecen Rebeca Turumbay y Víctor Yoldi, los personajes que protagonizan las dos novelas que nos ha regalado Estela Chocarro, «El próximo funeral será el tuyo» y «Nadie ha muerto en la catedral». Una historiadora experta en arte y un periodista, ni policías, ni guardias civiles ni detectives privados, sino miembros de profesiones liberales que se ven asaltados por un crimen y la posterior investigación, y que sin ser expertos en las técnicas correspondientes, aprenden rápido y se las ingenian para llegar hasta el final, lo cual les suele conceder el favor y la simpatía del público.
Estela Chocarro ha sabido ver en ellos a una pareja con cierto futuro, y los ha encadenado en ambas novelas en pos de la resolución de los misterios, pero dejando un amplio margen para lo personal, es decir, que hemos visto aflorar algunas sensaciones desde la primera entrega pero sin que las cosas lleguen a cuajar tampoco en la segunda. Un nuevo motivo para conseguir el cariño del lector, esa tensión no resuelta que a buen seguro será uno de los motores de la próxima entrega. En el plano ya del género, el acierto de contar con una pareja investigadora no es nada nuevo, muchos de los grandes lo han hecho y muchos de los grandes actuales lo siguen haciendo, facilita las cosas, ayuda al reparto de la tensión narrativa y sirve para que sus conversaciones hagan extensivos al lector los avances en cada caso.
Además de esos dos aciertos, la profesión de los protagonistas y su “emparejamiento”, la autora navarra cuenta con otra carta ganadora: el paisaje. En unos tiempos en los que las dos grandes metrópolis hispanas han perdido el monopolio de los escenarios negros, lo rural ha tomado un papel de cierta importancia, y ahí entran tanto Cárcar como Pamplona, ésta última como centro administrativo y neurálgico mientras que la pequeña localidad, de la que es originaria la familia de la propia Rebeca, se convierte en marco de muchas de sus andanzas. El paisaje cercano al personaje se torna así en otra de sus virtudes, y además en el caso de la Turumbay le supone un pozo de información que tiene muchos secretos familiares que desvelarle.
Claro que estos tres ases: la denominación de “domestic noir”, la pareja protagonista y el paisaje, por sí solos, no terminarían de garantizar el éxito si no fuera por los personajes complementarios (en este caso llamarles secundarios sería casi peyorativo), una especie de “comando geriátrico” formado por cuatro ancianos que de vez en cuando le echan una mano a Rebeca. Ahí Estela Chocarro sí que ha encontrado una auténtica mina, especialmente en Daniel el Gallardo, el único familiar vivo que le queda a Rebeca, dotado de un talento especial, tal y como se ha visto en las dos novelas.
Y eso que Daniel no está solo, le acompañan un amor otoñal (más bien invernal), Anastasia Chalezquer; el primer gitano que se estableció en la zona, Patricio, y un jovial y cantarín Marcelo Agreda, cuya mente ya empieza a emitir intermitencias pero al que siempre ha tratado Estela Chocarro con muchísimo cariño. Estos son los otros cuatro pilares de Rebeca, y el lector agradece sus apariciones porque son capaces de ponerle una pausa a la investigación al tiempo que lanzan auténticas lecciones de vida.
Nos queda, para finalizar esta panorámica, el asunto de las tramas, en las que hemos visto una fuerte presencia del arte (no en vano Rebeca trabaja en la Fundación Salvador Dalí) y de la religión, así como las sombras del pasado, ésas que son siempre tan incómodas. Para profundizar en ellas, Estela Chocarro se vale también de un peculiar ritmo narrativo, que ella va incrementando a voluntad, llevando al lector por donde quiere.
Una primera novela exitosa puede ser casual, una fórmula que funcione es suficiente para ello, pero cuando llega una segunda entrega y apuntala a la anterior, hay que pensar en lo único posible, que estamos ante una buena autora, y más cuando se ve a los lectores ávidos de una nueva entrega de esta pareja de investigadores. Hay que desearle, por tanto, larga vida a Rebeca Turumbay, porque seguro que nos va a dar más alegrías.
Dentro de esas catalogaciones, y en función de la tipología del personaje, habría que establecer algunas distinciones básicas, es decir, investigadores de las fuerzas del orden, investigadores del oficio aunque no pertenezcan a dichas fuerzas, y en tercer lugar investigadores que no son ni policías ni del oficio. A estos últimos se les ha incluido en ese marchamo del “domestic noir”, posiblemente por verse envueltos en una investigación de manera un tanto fortuita.
A este grupo pertenecen Rebeca Turumbay y Víctor Yoldi, los personajes que protagonizan las dos novelas que nos ha regalado Estela Chocarro, «El próximo funeral será el tuyo» y «Nadie ha muerto en la catedral». Una historiadora experta en arte y un periodista, ni policías, ni guardias civiles ni detectives privados, sino miembros de profesiones liberales que se ven asaltados por un crimen y la posterior investigación, y que sin ser expertos en las técnicas correspondientes, aprenden rápido y se las ingenian para llegar hasta el final, lo cual les suele conceder el favor y la simpatía del público.
Estela Chocarro ha sabido ver en ellos a una pareja con cierto futuro, y los ha encadenado en ambas novelas en pos de la resolución de los misterios, pero dejando un amplio margen para lo personal, es decir, que hemos visto aflorar algunas sensaciones desde la primera entrega pero sin que las cosas lleguen a cuajar tampoco en la segunda. Un nuevo motivo para conseguir el cariño del lector, esa tensión no resuelta que a buen seguro será uno de los motores de la próxima entrega. En el plano ya del género, el acierto de contar con una pareja investigadora no es nada nuevo, muchos de los grandes lo han hecho y muchos de los grandes actuales lo siguen haciendo, facilita las cosas, ayuda al reparto de la tensión narrativa y sirve para que sus conversaciones hagan extensivos al lector los avances en cada caso.
Además de esos dos aciertos, la profesión de los protagonistas y su “emparejamiento”, la autora navarra cuenta con otra carta ganadora: el paisaje. En unos tiempos en los que las dos grandes metrópolis hispanas han perdido el monopolio de los escenarios negros, lo rural ha tomado un papel de cierta importancia, y ahí entran tanto Cárcar como Pamplona, ésta última como centro administrativo y neurálgico mientras que la pequeña localidad, de la que es originaria la familia de la propia Rebeca, se convierte en marco de muchas de sus andanzas. El paisaje cercano al personaje se torna así en otra de sus virtudes, y además en el caso de la Turumbay le supone un pozo de información que tiene muchos secretos familiares que desvelarle.
Claro que estos tres ases: la denominación de “domestic noir”, la pareja protagonista y el paisaje, por sí solos, no terminarían de garantizar el éxito si no fuera por los personajes complementarios (en este caso llamarles secundarios sería casi peyorativo), una especie de “comando geriátrico” formado por cuatro ancianos que de vez en cuando le echan una mano a Rebeca. Ahí Estela Chocarro sí que ha encontrado una auténtica mina, especialmente en Daniel el Gallardo, el único familiar vivo que le queda a Rebeca, dotado de un talento especial, tal y como se ha visto en las dos novelas.
Y eso que Daniel no está solo, le acompañan un amor otoñal (más bien invernal), Anastasia Chalezquer; el primer gitano que se estableció en la zona, Patricio, y un jovial y cantarín Marcelo Agreda, cuya mente ya empieza a emitir intermitencias pero al que siempre ha tratado Estela Chocarro con muchísimo cariño. Estos son los otros cuatro pilares de Rebeca, y el lector agradece sus apariciones porque son capaces de ponerle una pausa a la investigación al tiempo que lanzan auténticas lecciones de vida.
Nos queda, para finalizar esta panorámica, el asunto de las tramas, en las que hemos visto una fuerte presencia del arte (no en vano Rebeca trabaja en la Fundación Salvador Dalí) y de la religión, así como las sombras del pasado, ésas que son siempre tan incómodas. Para profundizar en ellas, Estela Chocarro se vale también de un peculiar ritmo narrativo, que ella va incrementando a voluntad, llevando al lector por donde quiere.
Una primera novela exitosa puede ser casual, una fórmula que funcione es suficiente para ello, pero cuando llega una segunda entrega y apuntala a la anterior, hay que pensar en lo único posible, que estamos ante una buena autora, y más cuando se ve a los lectores ávidos de una nueva entrega de esta pareja de investigadores. Hay que desearle, por tanto, larga vida a Rebeca Turumbay, porque seguro que nos va a dar más alegrías.
Antonio Parra Sanz (Madrid, 1965)
es
profesor de Lengua Castellana y Literatura en el IES “Mediterráneo” de
Cartagena, profesor de Escritura Creativa en ISEN Centro Universitario.
Ejerce como crítico literario del suplemento cultural Ababol, del diario
La Verdad, y de la revista Sólo Novela Negra, es miembro del Grupo
Promotor del Proyecto Mandarache de Jóvenes Lectores y también del ELACT
(Encuentro Literario de Autores en Cartagena). Es uno de los
organizadores de Cartagena Negra (CTN). En su blog www.gomesycia.blogspot.com ejerce la crítica literaria y desgrana la actualidad con artículos de opinión.
Ha publicado las novelas de la serie Sergio Gomes Ojos de fuego y La mano de Midas (Premio Libro Murciano del año 2015); Acabo de matar a mi editor y Dos cuarenta y nueve. Es autor de los libros de relatos Desencuentros, El sueño de Tántalo, Polos opuestos, Cuentos suspensivos y Malas artes. Es autor también de los volúmenes de artículos La linterna mágica y Butaca de patio; y del ensayo Tres heridas (Aproximación didáctica a la Antología poética de Miguel Hernández), así como del guión cinematográfico Mala reputación.
Ha publicado las novelas de la serie Sergio Gomes Ojos de fuego y La mano de Midas (Premio Libro Murciano del año 2015); Acabo de matar a mi editor y Dos cuarenta y nueve. Es autor de los libros de relatos Desencuentros, El sueño de Tántalo, Polos opuestos, Cuentos suspensivos y Malas artes. Es autor también de los volúmenes de artículos La linterna mágica y Butaca de patio; y del ensayo Tres heridas (Aproximación didáctica a la Antología poética de Miguel Hernández), así como del guión cinematográfico Mala reputación.