Disecando la mente del escritor

Entrevista con José Luis Muñoz

 

La mente humana es un laberinto insondable que solo puede recorrer su dueño. Cuando se trata de la mente de un escritor, no solo nos toparemos con pasadizos interminables, giros inesperados y callejones sin salida, sino con trampas mortales que serían la delicia del Rey Minos. Por fortuna, el escritor es Dédalo y, con su ayuda, trataremos de recorrer su obra, explorando los secretos que ocultan sus muros. Todos los meses un nuevo escritor nos brindará un atisbo al interior de su mente, de su proceso creativo y de cómo una idea se convierte en un libro.

Pasen, pero están advertidos. Lo hacen bajo su propio riesgo.

 

 

Mes: Junio.

Autor: José Luis Muñoz.

Biografía:

José Luis Muñoz es un prolífico escritor salmantino. Cursó estudios de Filología Románica en la Universidad de Barcelona. Su pluma ha destilado más de cincuenta libros y cientos de artículos de opinión. Es ganador de múltiples premios como el Azorín (1985), el premio Sonrisa Vertical (1990), Premio Café Gijón (2001), Premio Francisco García Pavón (2004), Premio Ciudad de Badajoz (2008) y Premio Diputación de Córdoba (2015), entre otros. Es director de la colección policial Orilla Negra, presidente de la organización Lee y Muere y comisario del festival Black Mountain Bossòst, que se celebra en la localidad del Valle de Arán. 

 

José Luis Muñoz
brumanegra.wordpress.com

Bienvenido José Luis y gracias por participar. Empecemos con algo sencillo.  

Uno de los detalles que llama más la atención al leer su currículo literario es el gran número de obras en su haber, muchas veces publicando más de un libro al año. ¿Cuál es su secreto para conseguir este nivel de productividad? 

Hay una trampa para esa productividad y se llama cajón. Lo voy vaciando cada vez a un ritmo más acelerado porque el tiempo se acaba. El centro de mundo, recién publicada, era una novela en la que llevaba trabajando 15 años. El viaje infinito, la anterior, era un texto antiguo que sufrió un sinfín de transformaciones, entre ella el título, antes de ser publicada. La muerte del impostor, estaba en mi ordenador a la espera de encontrar un cauce para publicarse. Malditos amores, mi último libro de relatos, es una recopilación de 47 relatos que giran sobre la pasión y el deseo, alguno de ellos escrito a la edad de 18 años. Habitualmente no publico nada recién escrito, es una norma que sigo escrupulosamente, ya que dejo reposar los textos, los reescribo de nuevo, a veces se transforman tanto que no tienen nada que ver con el original. 

Algunos aducen que publicar muchos libros en poco tiempo afecta la calidad del producto final. ¿Qué opina de esta postura? ¿Siente que cuando toma más tiempo le sale mejor el libro? 

Eso, en realidad, no se produce porque antes de publicar un libro lo reescribo una y otra vez. Del original de El viaje infinito creo que queda un 25 por ciento. Cambié el titulo, los nombres de los personajes, introduje nuevos capítulos y personajes, metí a Robert Louis Stevenson hasta el punto de que el libro es un homenaje a su literatura, de modo que de esa idea motriz de una novela escrita hace diez años  poco queda y podemos decir que la escritura de la misma es actual. Caso diferente fue El centro del mundo que sufrió poquísimas variaciones entre otras cosas porque estaba mediatizado por la propia historia de la conquista de México por Hernán Cortés. Escribir y publicar es un trabajo serio y concienzudo en el que uno invierte un sinfín de horas. 

¿Tiene alguna rutina a la hora de escribir? 

Antes era un escritor nocturno que fumaba en pipa y daba tragos a una botella de whisky. Ahora no tengo rutinas horarias, tanto escribo por la mañana como por la noche, lo que sí exijo es silencio a mi alrededor y si me permito alguna música es jazz. Por la tarde no escribo porque suelo ir a pasear por el monte.  En la novela en la que estoy trabajando en la actualidad la retomo cuando me apetece, hago una redacción rápida de los capítulos que reviso y reescribo al día siguiente, a veces hasta cinco o seis veces. Cuando me pierdo, cuando llego a un dique seco, la releo de nuevo de principio a fin para poder continuarla. 

Varios de sus libros se ambientan o giran alrededor de la trama de ETA. ¿Qué razones lo empujaron a manejar esta temática tan delicada en sus obras? 

Una tetralogía formada por La caraqueña del Maní, Tu corazón, Idoia, Cazadores en la nieve y El bosque sin límites. La temática terrorista siempre me ha interesado, imagino que porque en mi juventud universitaria formé parte de un grupo de oposición al franquismo que, en algún momento, se planteó la lucha armada, así es que tengo información de primera mano de cómo funcionaban las organizaciones clandestinas. Con ETA la izquierda española sufrió durante mucho tiempo el síndrome de Estocolmo, la costaba mucho condenar sus atentados. Si ETA tenía alguna razón de ser durante el franquismo como banda armada que golpeaba al estado represor, con la democracia perdió todo su sentido, pero un grupo de irreductibles siguió atentando. Los protagonistas de estas cuatro novelas son personajes atormentados y contradictorios, perseguidos por sus crímenes, que dudan de su actuación y buscan la redención. Planteo en cada una de esas novelas dilemas morales sin ser novelas moralistas y de su lectura el lector saca un rechazo rotundo a la violencia como camino para resolver problemas políticos.    

¿Qué prefiere escribir? ¿Novela negra, histórica o erótica? ¿Cuál demanda más esfuerzo de su parte? La novela histórica requiere un esfuerzo extraordinario de documentación y, al mismo tiempo, has de tener mucho cuidado de que una acumulación de información histórica no dé al traste con la novela, acabe engulléndola. El centro del mundo puede que sea una de mis novelas más trabajadas a conciencia, y eso lo agradecen sus lectores que han viajado en el tiempo, quinientos años atrás, a ese México que se encontró Hernán Cortés y los suyos, pero también es una novela de aventuras extraordinarias. Hubo un tiempo en que cultivaba mucho la novela erótica, a raíz de haber ganado su premio más importante, la Sonrisa Vertical, y colaborar en revistas como Playboy, Interviú o Penthouse. En Malditos amores hay media docena de relatos muy eróticos. La literatura erótica tiene el problema de ir por el filo de la navaja, rehuir la pornografía en la que es fácil caer, y eso no tiene nada que ver con que relates con detalle una escena amorosa y excites con ella al lector, de la misma forma que en El centro del mundo le puedes provocar horror con los sacrificios humanos. La novela negra es un género en el que me siento muy cómodo porque sus límites resultan muy laxos y te permite introducir la crítica de la sociedad en ellas, que es algo que no me planteo nunca a priori, pero se mete lo quieras o no porque todo escritor tiene su ideología y su forma de mirar el mundo. Lo que si hago en cada uno de esos géneros es procurar innovar, salirme de los caminos trillados, desafiarme a mí mismo y escribir contra el canon. En La muerte del impostor, mi última novela negra, que es muy breve, 140 páginas frente a las 470 de El centro del mundo, experimenté con el tiempo verbal, la segunda persona del singular, y le fue muy bien, creció muchos enteros la novela, el narrador omnisciente interpela continuamente al protagonista y esa creo que es una de sus mayores virtudes. No experimento narrativamente porque sí, sino por no escribir siempre de la misma forma que me llevaría al aburrimiento. La novela que estoy escribiendo, por ejemplo, es un desafío, escribir una narración con un único personaje, nadie más, en su soledad más absoluta en un pueblo abandonado de la montaña y en pleno invierno, y también en segunda persona.    

Ha explorado tanto el cuento como la novela. ¿Cuál de los dos es su favorito? 

El cuento es muy complicado. Es una estructura cerrada sobre sí misma en la que, en muy pocas líneas o páginas tienes que dar lo mejor de ti. El relato corto no admite digresiones. He publicado siete libros de relatos de los que estoy muy satisfecho. Algunos de esos relatos han dado pie a novelas. El relato Corazón de Malditos amores se convirtió en la novela El corazón de Yacaré. La ventaja del relato es que se escribe de una tacada y se lee en el mismo período de tiempo. En Malditos amores, aunque sus 47 relatos giren en torno al amor, la pasión o el deseo, no existe una continuidad entre relato y relato, el lector puede saltar de uno perdidamente romántico a otro sexual y navegar a continuación por uno desternillante, porque el humor también está en mi literatura y desde luego es fundamental para afrontar la vida. La dificultad de la novela, además de que has de emplear muchísimo más tiempo en ella, reside en encontrar el tono de la misma, es como una pieza de música, porque la literatura tiene mucho que ver con esa disciplina artística, has de mantener una cierta armonía, o desarmonía si esa es tu intención. En la novela tienen un papel primordial no solo los personajes, sin los que no existiría, sino también los escenarios, y esos los intento recrear con el mayor fidelidad posible. En El centro del mundo el lector empatiza tanto con sus protagonistas que experimentan ese calor espantoso y húmedo de la selva, el dolor de una estocada, el espanto de la víctima cuando va a ser sacrificada o el deseo de dos hermanos que mantienen una relación incestuosa que da lugar a algunos de los pasajes más tiernos de una historia muy dura.   

Sus libros se caracterizan por combinar personajes inolvidables con parajes que dejan su marca en la imaginación del lector. ¿Considera más importante los paisajes o los personajes para el éxito de un libro? 

Son muy importantes ambos. Me gusta mucho describir los paisajes, quizá porque andando por ellos me realizo. Tengo la suerte de vivir en un entorno paisajístico mágico del Valle de Arán, alta montaña. El paisaje del Valle era determinante en Cazadores en la nieve. El paisaje no siempre es  hermoso, muchas veces es hostil, y me gustan esos personajes que se enfrentan a un medio natural que puede acabar con ellos. Me considero panteísta por encima de todo, formamos parte de la naturaleza y por esa razón los paisajes, los escenarios, cobran tanta importancia en mis novelas. 

¿Piensa que la novela negra siempre debe tener un mensaje o crítica social?

No expresamente, pero se cuela aunque no quieras. Por lo general se asocia la novela negra a un punto de vista progresista, de izquierdas, pero hay extraordinarios ejemplos de que no siempre es así como James Ellroy, sin ir más lejos. Lo que sí hay en mis novelas es una visión crítica del mundo que me rodea. En la juventud, movido por el idealismo, me creía capaz de mejorar este mundo al que venimos. Con los años, me he dado cuenta de que eso es muy difícil, de que se consiguen pequeñas mejoras siempre que no cuestiones el sistema y lo pongas en peligro. 

Los detractores del género negro argumentan que la violencia presente en sus páginas es innecesaria. ¿Cuál es el papel del crimen, en su opinión, dentro de la trama de un libro? ¿Lo remplazaría por algo menos violento, de tener la oportunidad?

La violencia es inherente a la condición humana, y en la novela negra es muy necesaria, no para regodearse en ella sino para mostrarla en su faceta más repudiable. El sistema también es muy violento con los ciudadanos, lo estamos viendo en Estados Unidos. Me gustan mucho las películas de Quentin Tarantino, pero rechazo esa banalización que hay en ellas de la violencia; prefiero a Martín Scorsese que la muestra con todo el horror posible y nos estremece. En literatura pasa lo mismo. La literatura negra puede ser calificada de sucia, porque es más realista, frente a la novela enigma de Agatha Christie, puro entretenimiento de clase social alta. La novela negra se mueve por los suburbios de las ciudades, por los ambientes marginales, sus personajes suelen ser perdedores que tienen una vida complicada.

¿Qué piensa del papel de los festivales literarios? ¿Hay muchos o muy pocos?

Hay muchos, y eso es bueno. Empezamos con la Semana Negra de Gijón y ahora los tenemos extendidos por toda la geografía nacional. Eso quiere decir que hay interés por la literatura. Además algunos, como el que organizamos en el Valle de Arán, el Black Mountain Bossòst, se abre a otras disciplinas como la música, la gastronomía, el cine, el teatro y el senderismo. Lo que se pretende en ese festival, que este año cumplirá cinco años, es ofrecer un programa muy atractivo a los asistentes en el que se sientan cómodos, como una gran familia. Los festivales generan una serie de movimientos empáticos entre sus asistentes que terminan siendo amistades de largo alcance.

¿Piensa que la pandemia tendrá algún efecto en el género negro?

Inmediatamente no creo. Hubo un cine prepandémico que anunciaba lo que ha venido. Hay que tomar distancia de años para poder escribir sobre este oscuro período. No creo que surja una generación Covid, aunque algunos escritores recojan algunos aspectos en sus obras, yo mismo, en una novela que escribí durante mi forzado encierro, aunque en realidad gire en torno a la soledad. La pandemia ha sido un experimento de supervivencia que nos ha enseñado a vivir con nosotros mismos y conocernos un poco más y querernos porque no había más remedio, y un experimento sociológico; durante meses el mundo se detuvo, algo impensable, y en España, porque forma parte de nuestra cultura, no hubo bares en donde tomar cervezas. Cuando cerraron los bares nos dimos realmente cuenta de la gravedad de lo que estaba pasando. Salvo en algunos bajones puntuales, por la muerte de amigos que padecieron la enfermedad y por el pánico a contraerla, he de decir que la pandemia la he llevado bastante bien, leyendo mucho, escribiendo más y mirando el mundo desde la ventana. Por otra parte, a las librerías y a las editoriales no les ha ido mal del todo. Se han abierto librerías nuevas y no se ha dejado de publicar ni de leer.

Ha sido un placer conversar contigo este día. ¿Algún consejo para los potenciales escritores que visiten esta sección de la Cita en La Glorieta?

Escritor se nace. Desconfío un poco de los talleres literarios que sí pueden servir como orientación y perfeccionamiento de un talento existente. No he dado ninguno salvo a escritores concretos que me han pedido que les ayude. El escritor se alimenta con buenas lecturas. Si no lees, no tienes bagaje literario. Últimamente estamos viendo que salen escritores como las setas, que la gente quiere escribir a toda costa un libro, y muchos de ellos no han leído, y si no se ha leído, y mucho, no se puede escribir. Ser escritor es pertenecer a una especie de orden monástica, implica muchos sacrificios y, al mismo tiempo, una entrega a los demás en el momento en que decides que lo que escribes se haga público, y no es un trabajo que esté bien recompensado, lo haces por verdadero amor al arte. El premio es que un lector te diga que los días que lo has tenido secuestrado leyendo tu libro han merecido la pena. Pero yo no escribo nunca pensando en mis lectores sino en mí mismo, y escribo los libros que me gustaría leer.

 

https://www.bohodon.es/mobile/libro/1329/malditos-amores.html

 


 

Osvaldo Reyes (Panamá, 1971)
estudió medicina en la Universidad de Panamá y luego se especializó en Ginecología y Obstetricia en la Maternidad María Cantera de Remón. Actualmente labora como médico especialista en la Maternidad del Hospital Santo Tomás, donde también ejerce funciones como Coordinador de Investigaciones. Es profesor de la Cátedra de Obstetricia de la Universidad de Panamá y miembro del Sistema Nacional de Investigadores.
 

Ferviente lector y escritor del género negro, con ocho libros (El Efecto Maquiavelo, En los umbrales del Hades, Pena de muerte, La estaca en la cruz, Sacrificio, El canto de las gaviotas, El cactus de madera y Asesinato en Portobelo) y dos colecciones de cuentos (13 gotas de sangre y 13 candidatos para un homicidio) publicados a la fecha. Sus relatos forman partes de diferentes antologías (Escrito en el agua, Pólvora y sangre, Círculo de Lovecraft # 9) y es ganador del Primer Premio de Narrativa Corta (2017) del Panama Horror Film Fest. Osvaldo Reyes coordina la jornada dedicada al género negro en Latinoamérica de la Semana Negra en la Glorieta.