Reseña de «Yo, Detective», de Rafael Guerrero. Kika Sureda

Como dice la canción de Hoobastank “The reason”: He encontrado la razón para mostrar la parte de mí que no conocías. Aplicable a la obra que me ocupa. Toca obra detectivesca.  No hablaré de Víctor Bukarov, Eliot Ness, Allan Pinkerton, Melvin Purvis, Richie Roberts ni de William King, todos ellos detectives reales.

Bukarov es conocido como uno de los mejores detectives del mundo. Tan real como la vida misma, pero era ruso. Busco a un detective español, que no deje indiferente a nadie. El detective por excelencia, un madrileño, Rafael Guerrero, con su alter ego en la ficción, más bien autoficción. Le diferencia de Holmes, que de momento no tiene un Watson que escriba sus casos, los escribe él mismo. Pero tiempo al tiempo.

Después de Un guerrero entre halcones. Diario de un detective privado, Muero y vuelvo y Ultimátum, regresa con Yo, Detective.

Es toda una declaración de intenciones, por si todavía no le habéis leído o para aquellos que no han probado los arañazos de su pluma, ácida muchas veces, durísima otras, con tintes de humor negro. Escribe como vive, libre. No es un detective, es El Detective Rafael Guerrero. No vive en el 221b de Baker Street, poco le faltará para que su despacho sea parecido al del famoso detective de Doyle.

Adicto a la nicotina, “no sin mi cigarro”, abre su última obra despidiendo a un compañero en su viaje en la barca de Caronte. No nos especifica quien le dio las monedas al barquero de Hades, tan solo reflexiona sobre el tema de la muerte, presente siempre en sus obras.

Una historia bien narrada y sólida. El autor nos introduce en el caso que le dará pie a viajar hasta la India. Un viaje que a veces parece más interior que laboral. Con reflexiones profundas sobre la vida, la muerte, los sentimientos, las personas y el mundo. A veces melancólico; los años no pasan en vano.

Yo, Detective nos ofrece una versión del detective Rafael Guerrero filosófico, en ocasiones me recuerda a Séneca. Destila soledad y dureza en muchas de sus reflexiones entre caso y caso. Su salida de España, después de un caso complicado con subtrama, nos lleva a la India donde vivimos con él como si de su sombra se tratara, los peligros, indagaciones y decepciones, y nos obliga a escuchar divagaciones que no dejan indiferente al lector; si no, no haber empezado a leer. Te engancha. Se llega al final de la lectura sin resuello, Rafael Guerrero está vivo, un personaje que traspasa las líneas de cada página. Lo definiría como intenso. Nos introduce en los detalles tanto de su vida cotidiana, privada, como  de su profesión. Sin anestesia ni florituras.

Retrata la vida de la India a la perfección, lo bello y lo no tan bello. La India turística y la oculta al común de los mortales. Hace una disección del ser humano, escudriña la parte oscura, malvada y retorcida que encuentra en los casos que está investigando. La maldad es cosa humana, y un detective como Guerrero la cata todos los días. Intenta hacer un ejercicio en su primer caso de no empatizar, hay que saber separar los sentimientos del campo profesional. Una batalla a tumba abierta con la que lucha habitualmente por no implicarse emocionalmente en las vidas de sus clientes. Y de la que nos hace partícipes.

Si buscan a un detective que cumple rigurosamente con los mitos del detective, no se afanen, no lo encontrarán.

Sus jornadas interminables, los viajes de un país a otro, los sobornos, la vuelta de un amor pasado, el romanticismo apagado como un cigarrillo en un cenicero y una soledad que a veces hace eco, son marca de la casa. Todo lo cuestiona, no da nada por sentado.

Una vez puesto el punto y final a Yo, Detective me reafirmo en que
Rafael Guerrero nunca deja de maravillarme, es una apuesta a tener en cuenta en el género detectivesco.

Y vosotros, queridos, ¿habéis leído a Guerrero? Sin duda una cita ineludible.

«Yo, Detective», reseña Kika Sureda