Reseña de «El telón», de Raymond Chandler
José Javier Navarrete
 
FICHA TÉCNICA
Título: El telón
Título original: The curtain
Autor: Raymond Chandler
Nº de páginas: 55
Editorial: Debolsillo
Fecha publicación: septiembre de 2013
Traductor: Juan Manuel Ibeas Delgado.



EL AUTOR
Raymond Thornton Chandler (Chicago, 23 de julio de 1888 – La Jolla, California, 26 de marzo de 1959). Educado en Inglaterra realizó todo tipo de actividades antes de dedicarse a la literatura. Participó como voluntario en la Primera Guerra Mundial. Trabajó como empleado de banca, periodista y también fue escalando peldaños en una petrolera de Los Angeles, hasta que en medio de la Gran Depresión se vio en la calle por sus problemas de alcoholismo, su recalcitrante absentismo y sus continuos líos de faldas con las secretarias. Se perdió un vicepresidente de una petrolera y se ganó un magnífico escritor de novela negra.

Comenzó publicando en revistas de ficción criminal, las famosas revistas pulp de aquella época, fundamentalmente en Black Mask y Dime Detective Magazine. En 1939 escribió su primera novela: El sueño eterno, después vendrían otras siete y su incursión en el cine como guionista. Murió en 1959, solo, deprimido por la muerte de su mujer y con el alcohol como remedio para su tristeza.
A vueltas con el estilo

El telón fue publicado en el número de septiembre de 1936 de la revista Black Mask. Para entonces, Chandler ya era un colaborador prolífico de la revista, aunque no lo suficiente. Se dio cuenta de que con su edad no era capaz de escribir las palabras necesarias para sobrevivir como escritor. A pesar de que llegó un momento en el que ya no cobraba el mínimo de un centavo por palabra, sus ingresos eran ridículos comparados con las cifras que manejó durante su época de ejecutivo en el negocio petrolero. Lo tenía todo en contra, pero gracias al apoyo de su esposa Cissy y a su propio esfuerzo,
Chandler llegó a ser el escritor que hoy admiramos.

Esos años de penurias en los que cultivó el formato del relato, le sirvieron para que su estilo evolucionase hasta el nivel que exhibió en sus novelas. Bien es cierto que el estilo que
Chandler utilizó en los relatos de las revistas pulp estuvo condicionado por las líneas editoriales que daban prioridad a la acción y al divertimento. Sus historias tenían que ser violentas, pero era lo exigido para poder publicar. En algún momento trató de escapar de la fórmula, pero enseguida lo devolvieron al redil.

Chandler llegó a explicar: «Hace mucho tiempo, cuando escribía para los pulps, introduje en un relato una línea como ésta: “Salió del coche y caminó por la soleada acera hasta que la sombra del toldo de la entrada cayó sobre su rostro como el tacto del agua fría”. La suprimieron cuando publicaron el relato. Sus lectores no apreciaban estas cosas, sólo les interesaba la acción.
"Me propuse probar que estaban equivocados. Mi teoría era que los lectores sólo se imaginaban que les interesaba únicamente la acción; que en realidad, aunque no lo sabían, la acción les preocupaba muy poco. Lo que les gustaba, igual que a mí, era la creación de emociones a través de la descripción y el diálogo. Las cosas que recordaban, lo que les obsesionaba, no era, por ejemplo, que un hombre fuera asesinado, sino que en el momento de su muerte estuviera tratando de alcanzar un clip de la reluciente superficie de una mesa, y el clip se alejaba de él cada vez más, de modo que en su rostro había una expresión tensa y sus labios se abrían en una especie de mueca atormentada, y lo último en que se le ocurría pensar era en la muerte. Ni siquiera oía a la muerte llamar a la puerta. Aquel maldito clip seguía escapándosele de los dedos." (La vida de Raymond Chandler, Frank MacShane).

Aunque el estilo no fuese el deseado, el formato de relato largo o novela corta, utilizado en sus publicaciones de Black Mask, lo acercaban mucho más a la estructura de las novelas que luego escribiría que aquellos relatos cortos que había publicado durante su estancia en Inglaterra.

El mejor estilo de estos dos relatos que reseño surge en las descripciones y en el diálogo.

¡Benditos diálogos!

Siempre digo que me encanta la maestría que
Chandler demuestra con los símiles, pero en esta ocasión no vengo a hablarte de esto, hoy tocan sus diálogos. 
Los que tratamos de escribir sabemos lo difícil que resulta conseguir unos buenos diálogos. Hacerlos realistas, que huelan a calle, pero guardando cierta distancia. Chandler se consideraba un buen escritor de diálogos, no puedo estar más de acuerdo, y eso que tenía un hándicap. Aunque nació en los EE.UU., recibió su educación en Inglaterra, así que él mismo decía que cuando comenzó a escribir tuvo que aprender el inglés americano. Sus diálogos son puro estilo americano, no así el resto de su prosa que tiene un estilo más británico. A diferencia de otros escritores americanos, el uso del lenguaje vulgar que Chandler utilizaba en los diálogos no fluía de manera natural, su utilización la tenía que hacer de forma deliberada. Tal vez por ese motivo lograba que sus diálogos sonasen auténticos, pero con la distancia suficiente para que no fuesen una copia de los utilizados en la calle.

En El telón, como en cualquiera de sus historias, se pueden extraer ejemplos que dejan patente esa maestría a la que me refiero:
—¿Cómo se encuentra? —También su voz era suave y encantadora.
—Fenomenal —dije—. Solo que alguien ha construido una gasolinera en mi mandíbula.
—¿Qué esperaba, señor Carmady? ¿Orquídeas?
—Conque sabe mi nombre.
—Ha dormido mucho. Tuvieron tiempo de sobra para registrarle los bolsillos. Le han hecho de todo menos embalsamarle.
—Seguro que sí —dije.
En esta ocasión, nuestro protagonista, el detective privado Carmady, está hablando con una mujer después de que ha sido capturado. El diálogo continúa:
—Espero que no le hagan daño —dijo en tono distante, retrocediendo—. Detesto los asesinatos.
—¿Y es usted la mujer de Joe Mesarvey? Qué vergüenza. Deme un poco más de zumo.
Me dio un poco más. La sangre empezó a circular por mi cuerpo.
—Creo que me gusta usted —dijo—. Aunque tiene la cara que parece un parachoques.
—Aproveche la ocasión —dije—. No durará mucho con tan buen aspecto.
Esto es solo un ejemplo, pero los relatos de Chandler son una auténtica clase práctica de lo que deben ser los diálogos. Son rápidos, agudos y repletos de un humor sarcástico que siempre te arranca una sonrisa. Las intervenciones de sus detectives están plagadas de frases inesperadas que desorientan a su interlocutor y, de paso, al lector. En su mayoría son frescos, naturales e ingeniosos. La chispa de que los dota es muy difícil de conseguir.

En algún taller literario, hablando de los diálogos, se recomendaba ver películas clásicas (blanco y negro) con el único objetivo de mejorar este aspecto de la escritura. Muchos de los diálogos de Chandler me recuerdan esas películas, no en vano, algunas de sus novelas fueron llevadas a la gran pantalla y él colaboró como guionista (experto en diálogos) en algunas producciones de Hollywood.

Como lo prometido es deuda, me dejo de películas y acometo la segunda parte de la canibalización que
Chandler efectuó durante la escritura de El sueño eterno.

Los apetitos de El sueño eterno

Aunque espero que hayas leído la reseña de El asesino bajo la lluvia, para aquellos que puedan haberse despistado, recordaré que Raymond Chandler utilizó varios de sus relatos para construir algunas de sus novelas, lo que el autor denominaba canibalización. En el caso de El sueño eterno, de primer plato se sirvió El asesino bajo la lluvia y de segundo El telón. Sobre el primer relato ya hablé, ahora toca hacerlo del segundo.

El telón no solo fue canibalizado por El sueño eterno, la primera novela de Chandler, sino que también sirvió para inspirar el comienzo de El largo adiós. Supongo que como esta parte aún no había sido utilizada, nuestro amigo Ray decidió usarla para un comienzo apoteósico de esa otra magnífica novela que es El largo adiós.

Como en la reseña anterior, te contaré parte de la trama del relato y aprovecharé para hacer las pertinentes referencias de canibalización.
La historia comienza con algunos apuntes sobre Larry Batzel, Terry Lennox en El largo adiós. Un fracasado actor de cine que durante la Prohibición había trabajado como contrabandista de licor con una banda bastante dura. No sé si después, cuando Chandler escribió El simple arte de matar, hacía referencia a Larry cuando decía «que un astro cinematográfico puede ser el jefe de una pandilla». El caso es que este viejo conocido de Carmady, el detective privado protagonista del relato (Philip Marlowe en El sueño eterno), introduce la figura de Dudley O’Mara.

En torno a la desaparición de este individuo girará toda la trama de El telón, así como también lo hace gran parte de la de El sueño eterno, con la diferencia de que en la novela el desaparecido se llama Rusty Regan. Larry Batzel aporta cierta información que servirá para que Carmady se ponga en contacto con el general Dade Winslow (el general Sternwood en la novela), el suegro de Dude O’Mara.
«Lo único vivo en su rostro eran los ojos. Ojos negros, hundidos, brillantes, intocables. El resto de la cara era una plomiza máscara de muerte: sienes hundidas, nariz afilada, orejas con los lóbulos vueltos hacia fuera, una boca que era una fina ranura blanca. El cráneo conservaba unos cuantos mechones dispersos de pelo blanco».
Así es como describe Carmady al general, un casi muerto que al menos demuestra cierta cortesía dentro de aquel invernadero de orquídeas en las que el detective está a punto de desvanecerse víctima del calor y el penetrante aroma de las plantas:
—Brandy —dijo el general—. ¿Cómo le gusta el brandy, caballero?   
—De todas las maneras —dije yo.
El general Winslow contrata a Carmady para dar con su yerno, con el cual tenía una estupenda relación, ya que le parece extraño que haya desaparecido sin despedirse de él.

Por deseo del general, Carmady habla con la señora O’Mara (Vivian en la novela). La hija del general le pone al día de su relación con su marido antes de que este desapareciera, pero de poco más. Antes de dejar los terrenos de la mansión Winslow conoce a Dade, el hijo de la señora O’Mara, un niño de unos diez años bastante peculiar. El chico no tiene equivalencia en la novela, aunque en algunos aspectos juegue el papel de Carmen Sternwood, la hija pequeña del general en El sueño eterno.

Siguiendo la pista sobre la que lo ha puesto Larry Batzel, Carmady se ve envuelto en una serie de asuntos que se saldan con sus correspondientes tiroteos, en los que el detective privado demuestra ser un tirador avezado en las circunstancias más inverosímiles.

Para acabar con el tema de la canibalización, decir que las tramas de ambos relatos se entrelazan, así como sus personajes, formando un conjunto muy superior en calidad al de las dos unidades de las que parte. Por este motivo te vuelvo a recomendar que leas primero El sueño eterno y luego estos dos relatos que he reseñado.

Bajó el telón

El telón al que hace referencia el título no es el de un espectáculo, sino el de la vida de las personas, que también puede ser espectacular, tal como lo es la obra de Chandler.

Aunque llegó algo tarde al movimiento hard-boiled, supo darle nuevos aires y sacarlo de los carriles por los que discurría. Admiraba a Hammett: «Y él demostró que el relato de detectives puede ser una forma de literatura importante. Puede que El halcón maltés sea o no una obra genial, pero un autor que es capaz de esa novela no es, en principio, incapaz de nada. En cuanto a que un relato detectivesco puede ser tan bueno como ése, sólo los pedantes negarán que podría ser mejor aún».

Pero tenía el convencimiento de que se podía llegar más allá de lo que lo había hecho quien fue su referente, que este género literario tan denostado por algunos podía elevarse a cotas nunca antes alcanzadas. Chandler defendió que el género era LITERATURA con mayúsculas, tanto con el ejemplo de su obra de ficción como con la defensa explícita de la de no ficción.

Estos dos relatos que he reseñado no son el mejor ejemplo para lo que he hablado en el párrafo anterior, pero como dijo Joseph Shaw, el editor de Black Mask: «vino a nosotros ya maduro; sus primeros relatos no dejaban ya nada que desear. Nunca existió la menor duda sobre el éxito final de Ray».
Si quieres disfrutar de ese Chandler de altos vuelos tendrás que leer sus novelas.
 

José Javier Navarrete (Madrid, 1964)
Soy licenciado en ciencias físicas y trabajo en un Organismo Público de Investigación. Otro trabajo es el que me da el blog de novela negra josejaviernavarrete.com, del que soy el administrador. En él publico entradas que en su mayor parte son reseñas literarias, sobre todo negrocriminales, y entrevistas a autores de este género. También soy un proyecto de escritor que ha participado en varios talleres literarios y concursos de relatos cortos. Uno de ellos ha sido publicado en Vindicta: III Antología Negrocriminal Cruce de Caminos. En la actualidad estoy inmerso en la escritura de una antología de cuentos y de una novela policíaca.